viernes, 20 de enero de 2017

SILVITA EN CUBA
Se llamaba Juan Silva pero en la Facultad  le decíamos Silvita porque era bajito y con cara de niño. Entre rubio y pelirrojo, siempre sonriente y bonachón, emanaba un entusiasmo contagioso por todo lo que fuera revolucionario o contestatario. En 1963, creo,  se hizo en Cuba un congreso de la Unión Internacional de Arquitectos que había sido programado desde antes de la Revolución. Fidel Castro organizó en paralelo un congreso de estudiantes de arquitectura de Sudamérica y para facilitarnos el viaje mandó un barco ruso a buscarnos al puerto de Santos, en Brasil. Los que queríamos ir teníamos que pagar solo cien dólares, pero antes tuvimos que hacer en  Facultad una prueba escrita sobre las razones de nuestro interés en el viaje. Silvita casi pierde el concurso por manifestarse demasiado idealista y romántico con respecto a los rigores del materialismo dialéctico. Unos trescientos fans de Fidel confluimos en autobuses hacia Santos desde Santiago, Asunción, Buenos Aires, Montevideo y San Pablo. El viaje era muy largo pero nos entretuvimos jugando a las cartas, haciendo bullying  o estudiando a Lenin. No es casual que el barco ruso  se llamara Nadeshka Krupskaia, como la mujer de Lenin, pero el   capitán,   acostumbrado a hacer solamente el Mar del Norte,  no entendió  muy bien el bullanguero espíritu latino.  Juró no volver jamás a Sudamérica porque fumábamos en los camarotes, jugábamos a las cartas por plata, dejábamos las toallas tiradas por los corredores o intentábamos seducir  a las meseras de la tripulación. Se decía  que nos ponían bromuro, una droga  en la sopa para amenguar nuestra líbido juvenil. Llegamos a La Habana llenos de entusiasmo  y deseosos de ver la Revolución enseguida. En el puerto nos esperaron unas edecanes monísimas con flores, música, copas de “daiqurí”  bien helado  y nos acompañaron hasta  un hotel en la esquina de 3ª y F, un edificio moderno y agradable muy cerca del mar. Dejamos las valijas en los cuartos y corrimos hasta el Malecón, muy parecido a nuestra rambla de Pocitos. Silvita iba adelante deseando expresar su adhesión y entusiasmo revolucionario. Llegó antes que nadie al muro que ataja las olas,  se dio vuelta hacia nosotros, levantó los brazos al cielo y exclamó “¡Acá el mar es más grande!” y todos nos  abrazamos emocionados.



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