SILVITA EN CUBA
Se llamaba Juan Silva pero en la Facultad le decíamos Silvita porque era bajito y con
cara de niño. Entre rubio y pelirrojo, siempre sonriente y bonachón, emanaba un
entusiasmo contagioso por todo lo que fuera revolucionario o contestatario. En
1963, creo, se hizo en Cuba un congreso
de la Unión Internacional de Arquitectos que había sido programado desde antes
de la Revolución. Fidel Castro organizó en paralelo un congreso de estudiantes
de arquitectura de Sudamérica y para facilitarnos el viaje mandó un barco ruso
a buscarnos al puerto de Santos, en Brasil. Los que queríamos ir teníamos que
pagar solo cien dólares, pero antes tuvimos que hacer en Facultad una prueba escrita sobre las razones
de nuestro interés en el viaje. Silvita casi pierde el concurso por
manifestarse demasiado idealista y romántico con respecto a los rigores del
materialismo dialéctico. Unos trescientos fans de Fidel confluimos en autobuses
hacia Santos desde Santiago, Asunción, Buenos Aires, Montevideo y San Pablo. El
viaje era muy largo pero nos entretuvimos jugando a las cartas, haciendo
bullying o estudiando a Lenin. No es
casual que el barco ruso se llamara
Nadeshka Krupskaia, como la mujer de Lenin, pero el capitán,
acostumbrado a hacer solamente el Mar del Norte, no entendió
muy bien el bullanguero espíritu latino.
Juró no volver jamás a Sudamérica porque fumábamos en los camarotes,
jugábamos a las cartas por plata, dejábamos las toallas tiradas por los
corredores o intentábamos seducir a las
meseras de la tripulación. Se decía que
nos ponían bromuro, una droga en la sopa
para amenguar nuestra líbido juvenil. Llegamos a La Habana llenos de
entusiasmo y deseosos de ver la
Revolución enseguida. En el puerto nos esperaron unas edecanes monísimas con
flores, música, copas de “daiqurí” bien
helado y nos acompañaron hasta un hotel en la esquina de 3ª y F, un edificio
moderno y agradable muy cerca del mar. Dejamos las valijas en los cuartos y
corrimos hasta el Malecón, muy parecido a nuestra rambla de Pocitos. Silvita
iba adelante deseando expresar su adhesión y entusiasmo revolucionario. Llegó
antes que nadie al muro que ataja las olas,
se dio vuelta hacia nosotros, levantó los brazos al cielo y exclamó
“¡Acá el mar es más grande!” y todos nos
abrazamos emocionados.
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