viernes, 20 de enero de 2017

BELLAS ARTES
            En el British me habían dado un premio especial por “Outstanding Performance” en Dibujo, un premio que solo se había dado muchos años antes a un tal Bengt Hellgren, que figura en el Diccionario de Artistas Uruguayos de Nelson Di Maggio. A fin de año mis dibujos en papel garbanzo colgaban en las paredes de los corredores para asombro de todos los chicos del colegio. Algunos, los que no me conocían, decían que me los había hecho mi madre, que era una extraordinaria dibujante, mucho mejor que yo. Simplemente heredé de ella esa habilidad, como hay chicos que heredan el “oído” y son capaces de tararear una canción con oírla una vez sola. Así que a los 18 años iba de día al IAVA a estudiar Preparatorios de Arquitectura y en las noches estudiaba Dibujo y Pintura con Vicente Martín en la Escuela Nacional de Bellas Artes de la calle Martí. Trabajábamos en el sótano. En un salón enseñaba Edgardo Ribeiro y en el otro Vicente Martín. Dibujábamos manzanas y botellas, y a veces venía una modelo a posar desnuda, se llamaba La Gitana y tenía unos  60 años. Yo dibujaba las lucecitas del cuerpo de la Gitana todas iguales, y una noche Vicente me enseñó a mirar la modelo con los ojos entrecerrados para ver solamente los grandes volúmenes de luz y sombra. Fue lo único que me enseñó en el año y medio que fui, pero fue una enseñanza decisiva que todavía le agradezco. Me llevó muchos años comprender que mi habilidad para copiar un objeto, reproducir su apariencia exacta, no tiene nada que ver con el arte, que en esencia es creación, la invención de una forma nueva.


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