Me llamó mi compañero de Facultad Juan Silva, alias Silvita, rubio, bajito, de pelo crespo, menor que yo. Silvita está preocupado por la suerte de la reforma jubilatoria. Más bien por el presidente, porque si encalla el proyecto, dice Silvita que le puede ir mal en las elecciones del 24. Silvita sufrió un poco de bullying en la infancia por ser petiso. Dice que muchos hombres bajitos como él tuvieron que desarrollar una personalidad muy fuerte y poderosa para compensar la escasa estatura y así evitar el bullying. Los hombres bajitos se proponen desafíos gigantescos, como Napoleón o Maradona: fundar un imperio o ganar un campeonato mundial. O como Macrón y Lacalle: casualmente ambos miden 1.72, pero lo cierto es que los dos se propusieron sacar adelante la reforma jubilatoria, una de las leyes más necesarias y más impopulares del siglo XXI. Dice Silvita que mientras a Macrón los franceses le incendiaron todo París, Lacalle fue mucho más vivo, postergando la implementación de la ley hasta dentro de veinte años: como las generaciones jóvenes destinatarias del nuevo proyecto no creen que un día vayan a envejecer, no les importa nada el tema y se quedan tranquilas. Como muestran las pirámides de edades, las soluciones al envejecimiento de la población y la disminución de los nacimientos son terribles, y no son muchas: que la población activa trabaje unos años más y que los jubilados ganen un poco menos. Para este segundo punto, lo único que hay que hacer para calcular la jubilación es tomar el promedio de sueldos de los mejores 25 años en lugar de tomar los mejores 15. Silvita admira los empeños heroicos de este Gobierno pero lamenta que no reconozca que con este proyecto las jubilaciones van a bajar. “Estoy deseando que alguna vez en mi larga vida, un gobernante en ejercicio me diga la verdad, que no mienta; sería un soplo de frescura en medio de tanto descreimiento. Vos qué pensás? ” Mirá, le dije, no he leído con atención el proyecto de ley; en estos días estoy fascinado diseñando una leudadora casera. Lleva un transformador y un alambrecito que mantenga a 26 grados la mezcla de harina y agua para hacer masa madre. “Contigo no se puede hablar” me dijo, y me colgó. Pobre Silvita.