jueves, 30 de marzo de 2023

EL ESTADIO Y LAS CLASES SOCIALES

 


    Cuando era niño iba con mi padre a ver a Nacional a la tribuna América, bastante exclusiva y burguesa. En los años de liceo iba con compañeros de clase a la Olímpica, más clasemediera. Como estudiante universitario iba con otros camaradas a la Amsterdam, popular y proletaria, y coincidiendo con la caída definitiva de la Suiza de América, terminé en 1970 yendo a la Talud para ver al Nando Morena, que jugaba tan bien. A la tribuna Colombes nunca fui porque era una tribuna medio lumpen, término en desuso que en clave marxista aludía a chorros y desclasados. Pero las cuatro tribunas respiraban cierta homogeneidad republicana, todo el mundo se mezclaba un poco, y uno podía ir a cualquiera de las cuatro, con más o menos dinero. Lo cierto es que el Estadio Centenario de 1930 representaba, como arquitectura, el proyecto de una sociedad bastante igualitaria, la democracia del Uruguay socialdemócrata. Pero nadie protestó cuando Peñarol construyó su estadio en el 2006 vendiendo 120 palcos VIP para que sus socios más chetos vieran los partidos desde sus cómodos cubículos vidriados. La arquitectura reflejó esta vez el fin del viejo sueño batllista. Compleja tarea tendrán los organizadores del mundial del 2030 para financiar las reformas del Estadio Centenario, patrimonio histórico, y mantener sus valores arquitectónicos y sociales.

viernes, 10 de marzo de 2023

CULTURA WOKE

 

  En la década del 2010 a raíz de la violencia reiterativa, en la que policías blancos en una manifestación mataron  un civil afroamericano, la comunidad agraviada empezó a usar la palabra “woke”,  como sinónimo de “social y políticamente consciente contra el racismo y la discriminación”.  En esa década nació también el movimiento BLV, “Black Lives Matter”, (la Vida de los Negros Importa). Esta consigna también se consolidó nacionalmente a raíz del asesinato de Michael Brown en 2014, y de George Floyd en el 2020, por parte de policías blancos, y las violentas reacciones que destrozaron el centro de las ciudades de Ferguson y Minneapolis respectivamente. En 2017 surgió el movimiento Me Too, de denuncias masivas de acoso sexual (Todo esto está en Wikipedia muy bien desarrollado)

La consciencia Woke se extendió a la lucha contra el sexismo y la opresión de clases. La unión de las tres luchas se conoce como “lucha interseccional”: de raza, género y clase social. El énfasis que cada colectivo pone en alguna de las tres identidades, explica la diversidad del movimiento woke y las diferencias internas que existen en la izquierda norteamericana, que en general forma una parte grande del Partido Demócrata.  La actitud Woke, según un columnista del New York Times, es “estar radicalmente consciente, justificadamente paranoico y conocedor de la podredumbre que permea las estructuras del poder”.

                Como vimos anteriormente, la izquierda, en todo el mundo, ha introducido en la praxis política lo que se conoce como “política de identidades”. Consiste en priorizar los intereses de un grupo sin tener demasiado en cuenta los intereses de otros grupos, más grandes y diversos. Se promueven los intereses, entre otras, de tres minorías fundamentales: raza negra, mujeres y clase obrera, y es muy difícil para la izquierda conciliar los intereses de las tres minorías identificadas como colectivos diferentes.  Tampoco es fácil unir las tres minorías oprimidas en una lucha contra el capitalismo como se hacía en la Guerra Fría, porque gran parte del contingente woke es de clase media blanca y educada y hoy está desinteresada en las viejas fórmulas emancipatorias de los sesenta y setenta.

                Donde las minorías woke se ponen de acuerdo es cuando señalan al gran culpable de todas las inequidades, y es el hombre blanco, hétero, patriarcal, occidental, norteamericano o de origen europeo, y las instituciones que inventaron y dirigen: museos, universidades, iglesias, parlamentos, periódicos, ejércitos, cortes de justicia. Según la prédica woke, racismo, sexismo y clasismo son males estructurales de la democracia norteamericana y deben ser “deconstruídos”, desmantelados, y sus manifestaciones más representativas deben ser “canceladas”,  eliminadas: cientos de monumentos de bronce derribados, decenas de profesores echados de las universidades por algo que dijeron hace veinte años, libros corregidos porque usaban un lenguaje no inclusivo, películas como “Lo que el viento se llevó” guardadas por mostrar esclavos contentos, cuadros famosos archivados  por ser presuntamente ofensivos para alguna minoría, etc. La cacería de brujas extrajudiciales se ha extendido a España, Italia, Inglaterra y otros países de Europa y no tardará en llegar a Uruguay.

                La actitud “woke”, o sea, la corrección política llevada a extremos intolerables, dejó desamparados del paraguas progresista a millones de hombres heterosexuales blancos, cuellos azules, (blue collars) norteamericanos de origen anglosajón, obreros industriales de las industrias acereras que se fueron a China, productores rurales del centro de los Estados Unidos (red necks) alejados de los centros innovadores, las vanguardias culturales , anti-inmigrantes, anticomunistas, anti-elites universitarias, mujeres y familias religiosas contrarias al aborto, al movimiento LGBTI, a la perspectiva de género , al casamiento de homosexuales, etc.

                No es raro que todas esas enormes minorías conservadoras señaladas por la cultura woke como racistas, misóginas y culpables del atraso,  hayan caído bajo el embrujo de populistas de derecha como Trump, que luce con maestría todos esos atributos.   

                En Uruguay, por ahora, la cultura woke no se ha extendido demasiado. Las rispideces entre el PIT CNT y el Movimiento feminista sobre el protagonismo del 8 de marzo, son normales o civilizadas, y salvo el reciente exabrupto de trabajadores zafrales del carnaval contra una dirigente politica de la derecha, no han habido mayores excesos, de intolerancia woke.