En la década del 2010 a raíz de la violencia reiterativa, en la que policías blancos en una manifestación mataron un civil afroamericano, la comunidad agraviada empezó a usar la palabra “woke”, como sinónimo de “social y políticamente consciente contra el racismo y la discriminación”. En esa década nació también el movimiento BLV, “Black Lives Matter”, (la Vida de los Negros Importa). Esta consigna también se consolidó nacionalmente a raíz del asesinato de Michael Brown en 2014, y de George Floyd en el 2020, por parte de policías blancos, y las violentas reacciones que destrozaron el centro de las ciudades de Ferguson y Minneapolis respectivamente. En 2017 surgió el movimiento Me Too, de denuncias masivas de acoso sexual (Todo esto está en Wikipedia muy bien desarrollado)
La consciencia Woke se extendió a la lucha contra el sexismo y la
opresión de clases. La unión de las tres luchas se conoce como “lucha interseccional”:
de raza, género y clase social. El énfasis que cada colectivo pone en alguna de
las tres identidades, explica la diversidad del movimiento woke y las
diferencias internas que existen en la izquierda norteamericana, que en general
forma una parte grande del Partido Demócrata.
La actitud Woke, según un columnista del New York Times, es “estar
radicalmente consciente, justificadamente paranoico y conocedor de la
podredumbre que permea las estructuras del poder”.
Como vimos
anteriormente, la izquierda, en todo el mundo, ha introducido en la praxis
política lo que se conoce como “política de identidades”. Consiste en
priorizar los intereses de un grupo sin tener demasiado en cuenta los intereses de otros grupos, más grandes y diversos. Se promueven los intereses, entre otras, de
tres minorías fundamentales: raza negra, mujeres y clase obrera, y es muy
difícil para la izquierda conciliar los intereses de las tres minorías
identificadas como colectivos diferentes. Tampoco es fácil unir las tres minorías
oprimidas en una lucha contra el capitalismo como se hacía en la Guerra Fría, porque
gran parte del contingente woke es de clase media blanca y educada y hoy está desinteresada
en las viejas fórmulas emancipatorias de los sesenta y setenta.
Donde las minorías woke
se ponen de acuerdo es cuando señalan al gran culpable de todas las
inequidades, y es el hombre blanco, hétero, patriarcal, occidental,
norteamericano o de origen europeo, y las instituciones que inventaron y
dirigen: museos, universidades, iglesias, parlamentos, periódicos, ejércitos,
cortes de justicia. Según la prédica woke, racismo, sexismo y clasismo son
males estructurales de la democracia norteamericana y deben ser “deconstruídos”,
desmantelados, y sus manifestaciones más representativas deben ser “canceladas”, eliminadas: cientos de monumentos de bronce
derribados, decenas de profesores echados de las universidades por algo que
dijeron hace veinte años, libros corregidos porque usaban un lenguaje no
inclusivo, películas como “Lo que el viento se llevó” guardadas por mostrar
esclavos contentos, cuadros famosos archivados
por ser presuntamente ofensivos para alguna minoría, etc. La cacería de
brujas extrajudiciales se ha extendido a España, Italia, Inglaterra y otros
países de Europa y no tardará en llegar a Uruguay.
La actitud “woke”,
o sea, la corrección política llevada a extremos intolerables, dejó desamparados
del paraguas progresista a millones de hombres heterosexuales blancos, cuellos
azules, (blue collars) norteamericanos de origen anglosajón, obreros industriales
de las industrias acereras que se fueron a China, productores rurales del
centro de los Estados Unidos (red necks) alejados de los centros innovadores,
las vanguardias culturales , anti-inmigrantes, anticomunistas, anti-elites
universitarias, mujeres y familias religiosas contrarias al aborto, al
movimiento LGBTI, a la perspectiva de género , al casamiento de homosexuales, etc.
No es raro que todas
esas enormes minorías conservadoras señaladas por la cultura woke como racistas, misóginas y culpables del atraso, hayan caído bajo
el embrujo de populistas de derecha como Trump, que luce con maestría todos esos atributos.
En Uruguay, por ahora, la cultura woke no se ha extendido demasiado. Las rispideces entre el PIT CNT y el Movimiento feminista sobre el protagonismo del 8 de marzo, son normales o civilizadas, y salvo el reciente exabrupto de trabajadores zafrales del carnaval contra una dirigente politica de la derecha, no han habido mayores excesos, de intolerancia woke.
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