jueves, 26 de septiembre de 2019

BRITISH


  Publicado en el País de los Domingos en 1993                        

El otro día fui a Gomensoro a ver un remate de cuadros y me topé con Haroldo y Juan Enrique Gomensoro y su mamá, bellísima como siempre, con sus grandes ojos claros, los famosos ojos de los Lamolle.
Haroldo fue compañero mío de clase en el British School y era un tipo simpatiquísimo y superhonesto. Está igualito a cuando teníamos quince años, porque la gente básicamente no cambia, y unos minutos antes del remate recordamos brevemente nuestro largo y feliz pasaje por el famoso colegio.
La verdad es que no sé cómo hicieron mis padres, modestos empleados públicos, para mandarnos al British, uno de los colegios más exclusivos del Uruguay, allá por 1945.
Nos anotaron prácticamente al nacer, y seguramente pudimos entrar por ser hijos de un old boy ( ex alumno).
El colegio estaba en Benito Lamas entre Ellauri y Luis de La Torre. Hacíamos doble horario para poder cumplir con el programa oficial uruguayo y además estudiar inglés, historia, geografía y literatura británicas.
Los ingleses tenían verdadera obsesión por la disciplina, la puntualidad, el orden y las buenas maneras. A las ocho de la mañana, en el patio helado hacíamos gimnasia y marchas militares como si nos fueran a mandar a la guerra.
El director Mr. Schor, era el clásico Headmaster, terriblemente severo, cuya sola presencia infundía temor y admiración entre los chicos. Tenía tanta personalidad que una vez vinieron los del Liceo Suárez a buscarnos para manifestar contra no sé qué, y Mr. Schor se asomó a la puerta y los echó sin decir palabra. Nos contaba que había sido criado con rudeza: en su época, para bañarse, tenían que cortar el hielo con un pico y zambullir.
Por provenir de una raza de conquistadores y piratas, Mr. Schor tenía predilección por los deportistas y cierto desdén por las almas sensibles. Aún así era un excelente profesor de Shakespeare y nos enseñó a amar el idioma a través de los divertidos envenenamientos y cuchilladas de Macbeth, Hamlet, el Rey Lear y los pobres Romeo y Julieta.
A pesar de que a menudo cantábamos el himno inglés y nos llevaban al Victoria Hall a festejar el día del Imperio, nadie tomaba muy en serio aquellos rituales colonialistas. Solamente cuando Nasser nacionalizó el Canal de Suez Mr. Schor nos echó un discurso en defensa de la Pérfida Albión.
Pero también los ingleses fueron los inventores del parlamento y de ciertos valores esenciales de la democracia, así que nunca me di cuenta que fuera un colegio elitista destinado a educar a los hijos de los gerentes de las compañías inglesas y luego a los hijos de la clase alta criolla. Jamás el Director ni los maestros permitieron la menor discriminación o diferencia de trato entre ricos y clasemedieros (pobres pobres, no había). Por supuesto que crecimos un poco a espaldas del Uruguay real, pero dentro del Colegio la igualdad era absoluta hasta el punto de que en doce años de educación jamás se me ocurrió pensar que mis compañeros de salón eran descendientes de famosos médicos, gerentes, abogados, barraqueros, generales, comerciantes, industriales y estancieros.
Se decía en el British que los Posadas Belgrano eran tataranietos del General que perdió con Artigas en la Batalla de las Piedras. Recuerdo perfectamente a Ignacio Posadas caminando por los corredores, levantando las cejas, igualito a ahora, algo taciturno.
En aquella época había otros colegios privados que educaban a los hijos de la clase alta: el Elbio Fernández, el Liceo Francés, las Domínicas, el San Juan Bautista. Pero la verdadera aristocracia uruguaya, el old money como dicen en USA para referirse a las viejas oligarquías patricias, se educaba en el Seminario y el Sacre Coeur. Los jesuitas eran unos genios para formar a las futuras clases dirigentes. A fines de la década del sesenta, Luis del Castillo, “old boy” y Director del Seminario me invitó a dar unas clases de dibujo. El alumno Zerbino, uno de los héroes de los Andes, me hacía la vida imposible por lo pillo. En los corredores del venerable edificio estaban las fotos de todas las generaciones de 4º año que salieron del Seminario. Era impresionante leer los apellidos de las quinientas familias que desde hace dos siglos, con inteligencia, discreción y enorme esprit de corps manejaban los hilos del país. En comparación, mi colegio no era tan copetudo. Fue una preciosa época de mi adolescencia.

viernes, 20 de septiembre de 2019

LA COLUMNA ROMANA


la columna romana en la entrada de la Facultad de Arquitectura
En el lapso de varios siglos, y hasta 1960,  las potencias colonialistas de, Inglaterra, Alemania, Francia, España,  Holanda saquearon Africa a mansalva y se llevaron millones de esclavos y centenares de miles de tesoros artísticos, que todavía se guardan en los grandes museos de París, Londres, Berlín, Madrid y otros.               
A raíz de la reciente decisión de Emanuel Macron de devolverle a Nigeria los extraordinarios Bronces de Benin (cuya mayor parte se llevaron los ingleses), se despertó en todo el mundo una fuerte iniciativa para que gran parte de esos tesoros que están en Europa se devuelvan a los países de origen
Colonialismo en Africa 1914

Mi amigo Juan Silva, alias Silvita, rubio, bajito y de pelo crespo, me llamó hace unos días para decirme que el gobierno uruguayo debiera devolver a Argelia la columna romana del siglo II que está en la entrada de la Facultad de Arquitectura. Según Silvita, cuando el gran arquitecto Fresnedo Siri proyectó la Facultad de Arquitectura, imaginó que en la entrada se necesitaba un elemento vertical, una columna. Entonces Francia ofreció donarle una de las que abundaban en su vasto imperio. Justo en esos días el joven arquitecto o estudiante J. Casal Rocco, viajando por el norte de Africa, encontró una columna semi-enterrada entre los restos de un templo romano de la ciudad de Djemila, en Argelia, colonia francesa en ese momento, y arregló el traslado de la misma hasta un puerto mediterráneo. Milagrosamente apareció acá y se pudo colocar en 1948, el mismo año en que se inauguró el notable edificio.

la columna de Facultad, foto antigua 


            
                             
Durante 10 años (toda la década del sesenta), como estudiantes pasábamos todos los días por al lado de la columna y nunca nos importó que fuera romana y del siglo 2, y ni siquiera supimos si era dórica, jónica o corintia; estábamos en otra.  Dice Silvita que hoy mismo los irreverentes estudiantes salen a fumar afuera y apagan los puchos en su base milenaria. Le dije a Silvita: no vas a comparar una columna romana, que hay miles, con los bronces de Benin o con el busto egipcio de Nefertiti que guardan los alemanes, 
bronce de Benin
Nefertiti
                               
 o los mármoles del Partenón que tienen los ingleses, o los tesoros colombianos que tienen los españoles.

Mármoles del Partenón
Tesoros colombianos



Pero Silvita insiste en que Uruguay debe debatir si la dichosa columna tiene que volver a Argelia o no. Después me acordé que Silvita puede estar motivado por razones personales para emprender su loca cruzada. La Facultad siempre fue muy antimperialista y Silvita colaboró en esos años con Sophie Vidal en denunciar las barbaridades del ejército francés en Argelia. Las torturas de los franceses a los argelinos para desalentar la resistencia, descritas en “la Batalla de Argelia”, inspiraron a los militares  uruguayos de la dictadura. Además Casal Rocco, que la encontró en Argelia y mandó para acá, fue interventor de la Facultad treinta años después. ¡Pero Silvita! le dije, no podés mezclar detalles y sentimientos personales con la pobre columna que está ahí quieta desde hace 70 años. Se van a reír de vos. Si seguís así vas a querer devolverle el Polonio a los charrúas o sacar de Tres Cruces la estatua de Rivera. Esa columna está contaminada; tiene que irse, me dijo secamente y colgó. Pobre Silvita.
Fuente: La columna emigrada, de Elena Bernadet

miércoles, 4 de septiembre de 2019

MUJER ARTISTA

MUJER ARTISTA
Mi madre, Lola Lecour. fue una dibujante y pintora extraordinaria en los años 30 cuando era una veinteañera, la edad de oro para empezar a brillar en la estima de los demás. Bazurro y Laborde, profesores del Círculo de Bellas Artes donde estudiaba, querían darle una beca para que se fuera a París junto con Gilberto Bellini, otro alumno brillante, pero su padre, o sea mi abuelo (vasco y medio bruto), no la dejó. Tampoco la dejó estudiar arquitectura porque no era una carrera propia de una mujer. Lolita formó parte del movimiento “planista” junto con el primer Cúneo, Arzadum, Laborde, De Simone, Petrona Viera, otros, y sacó premios en los “Salones”. Cuando se casó, y mi hermano y yo nacimos, tuvo que tomar un montón de horas como profesora de dibujo en Secundaría y dejó de ser la artista del brillante porvenir para pasar a ser solamente una madre abnegada. Empezó a pintar un par de cuadros por año solamente para los salones, y empezó a ser rechazada, a perder el tren, el feeling, y no estuvo atenta a los cambios de estilos que se sucedían vertiginosamente en la segunda mitad del siglo. No entendió la abstracción, ni el pop, ni el informalismo, ni la nueva figuración, ni el arte conceptual ni el neoexpresionismo, hasta que terminó su vida un poquito desilusionada por ni siquiera figurar en los pocos libros de historia del arte que se publicaron en esos años, (salvo una breve mención en un libro de Argul, 1958)
Es que para ser artista en el siglo pasado había que serlo y además parecerlo, y sobre todo ser considerado como tal por sus pares. Además de tener talento había que ejercitarlo full time, compartir códigos y costumbres, pertenecer a la comunidad, discutir hasta la madrugada en las tertulias de los bares, viajar a los centros de innovación, estar al tanto de las tendencias internacionales, leer todo lo que se escribía, estar en la punta, en la vanguardia, “a la page” en “the cutting edge”, codearse con críticos y jurados, conseguir las mejores galerías, exponer todos los años, presentarse a becas y concursos, figurar en buenos catálogos y libros, y sobre todo ser original, inventar un estilo, una forma, construir una marca personal, que es lo que transforma una obra en algo discernible, escaso, valioso, coleccionable y vendible. Dicen que con la posmodernidad y el arte contemporáneo las cosas ya no son así, pero yo no creo que los cambios culturales sean tan drásticos, pero eso merece una nota aparte.
Por suerte ahora, en el marco de la tremenda cuarta ola del feminismo, el Museo Nacional de Artes Visuales está lentamente desempolvando cuadros de artistas mujeres, entre ellas mi madre. Apareció una investigadora del MNAV, de apellido Grau, que se propone reivindicar a fondo varias artistas que fueron invisibilizadas por los cánones patriarcales y borradas de los libros de arte por haberse dedicado a ser madres, esposas, amas de casa, profesoras de Secundaria, etc. Espero que Grau se apure y la reivindicación de mi vieja me agarre con vida, jejé.
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