Publicado en el País de los Domingos en 1993
El otro día fui a Gomensoro a ver un
remate de cuadros y me topé con Haroldo y Juan Enrique Gomensoro y su mamá,
bellísima como siempre, con sus grandes ojos claros, los famosos ojos de los Lamolle.
Haroldo fue compañero mío de clase en
el British School y era un tipo simpatiquísimo y superhonesto. Está igualito a
cuando teníamos quince años, porque la gente básicamente no cambia, y unos
minutos antes del remate recordamos brevemente nuestro largo y feliz pasaje por
el famoso colegio.
La verdad es que no sé cómo hicieron
mis padres, modestos empleados públicos, para mandarnos al British, uno de los
colegios más exclusivos del Uruguay, allá por 1945.
Nos anotaron prácticamente al nacer, y
seguramente pudimos entrar por ser hijos de un old boy ( ex alumno).
El colegio estaba en Benito Lamas
entre Ellauri y Luis de La Torre. Hacíamos
doble horario para poder cumplir con el programa oficial uruguayo y además
estudiar inglés, historia, geografía y literatura británicas.
Los ingleses tenían verdadera obsesión
por la disciplina, la puntualidad, el orden y las buenas maneras. A las ocho de
la mañana, en el patio helado hacíamos gimnasia y marchas militares como si nos
fueran a mandar a la guerra.
El director Mr. Schor, era el clásico Headmaster, terriblemente severo, cuya
sola presencia infundía temor y admiración entre los chicos. Tenía tanta
personalidad que una vez vinieron los del Liceo Suárez a buscarnos para
manifestar contra no sé qué, y Mr. Schor se asomó a la puerta y los echó sin
decir palabra. Nos contaba que había sido criado con rudeza: en su época, para
bañarse, tenían que cortar el hielo con un pico y zambullir.
Por provenir de una raza de
conquistadores y piratas, Mr. Schor tenía predilección por los deportistas y
cierto desdén por las almas sensibles. Aún así era un excelente profesor de
Shakespeare y nos enseñó a amar el idioma a través de los divertidos
envenenamientos y cuchilladas de Macbeth, Hamlet, el Rey Lear y los pobres
Romeo y Julieta.
A pesar de que a menudo cantábamos el
himno inglés y nos llevaban al Victoria Hall a festejar el día del Imperio,
nadie tomaba muy en serio aquellos rituales colonialistas. Solamente cuando
Nasser nacionalizó el Canal de Suez Mr. Schor nos echó un discurso en defensa
de la Pérfida Albión.
Pero también los ingleses fueron los
inventores del parlamento y de ciertos valores esenciales de la democracia, así
que nunca me di cuenta que fuera un colegio elitista destinado a educar a los
hijos de los gerentes de las compañías inglesas y luego a los hijos de la clase
alta criolla. Jamás el Director ni los maestros permitieron la menor
discriminación o diferencia de trato entre ricos y clasemedieros (pobres
pobres, no había). Por supuesto que crecimos un poco a espaldas del Uruguay
real, pero dentro del Colegio la igualdad era absoluta hasta el punto de que en
doce años de educación jamás se me ocurrió pensar que mis compañeros de salón
eran descendientes de famosos médicos, gerentes, abogados, barraqueros,
generales, comerciantes, industriales y estancieros.
Se decía en el British que los Posadas
Belgrano eran tataranietos del General que perdió con Artigas en la Batalla de las Piedras.
Recuerdo perfectamente a Ignacio Posadas caminando por los corredores,
levantando las cejas, igualito a ahora, algo taciturno.
En aquella época había otros colegios
privados que educaban a los hijos de la clase alta: el Elbio Fernández, el
Liceo Francés, las Domínicas, el San Juan Bautista. Pero la verdadera
aristocracia uruguaya, el old money
como dicen en USA para referirse a las viejas oligarquías patricias, se educaba
en el Seminario y el Sacre Coeur. Los jesuitas eran unos genios para formar a
las futuras clases dirigentes. A fines de la década del sesenta, Luis del
Castillo, “old boy” y Director del Seminario me invitó a dar unas clases de
dibujo. El alumno Zerbino, uno de los héroes de los Andes, me hacía la vida
imposible por lo pillo. En los corredores del venerable edificio estaban las
fotos de todas las generaciones de 4º año que salieron del Seminario. Era
impresionante leer los apellidos de las quinientas familias que desde hace dos
siglos, con inteligencia, discreción y enorme esprit de corps manejaban los hilos del país. En comparación, mi
colegio no era tan copetudo. Fue una preciosa época de mi adolescencia.