miércoles, 4 de septiembre de 2019

MUJER ARTISTA

MUJER ARTISTA
Mi madre, Lola Lecour. fue una dibujante y pintora extraordinaria en los años 30 cuando era una veinteañera, la edad de oro para empezar a brillar en la estima de los demás. Bazurro y Laborde, profesores del Círculo de Bellas Artes donde estudiaba, querían darle una beca para que se fuera a París junto con Gilberto Bellini, otro alumno brillante, pero su padre, o sea mi abuelo (vasco y medio bruto), no la dejó. Tampoco la dejó estudiar arquitectura porque no era una carrera propia de una mujer. Lolita formó parte del movimiento “planista” junto con el primer Cúneo, Arzadum, Laborde, De Simone, Petrona Viera, otros, y sacó premios en los “Salones”. Cuando se casó, y mi hermano y yo nacimos, tuvo que tomar un montón de horas como profesora de dibujo en Secundaría y dejó de ser la artista del brillante porvenir para pasar a ser solamente una madre abnegada. Empezó a pintar un par de cuadros por año solamente para los salones, y empezó a ser rechazada, a perder el tren, el feeling, y no estuvo atenta a los cambios de estilos que se sucedían vertiginosamente en la segunda mitad del siglo. No entendió la abstracción, ni el pop, ni el informalismo, ni la nueva figuración, ni el arte conceptual ni el neoexpresionismo, hasta que terminó su vida un poquito desilusionada por ni siquiera figurar en los pocos libros de historia del arte que se publicaron en esos años, (salvo una breve mención en un libro de Argul, 1958)
Es que para ser artista en el siglo pasado había que serlo y además parecerlo, y sobre todo ser considerado como tal por sus pares. Además de tener talento había que ejercitarlo full time, compartir códigos y costumbres, pertenecer a la comunidad, discutir hasta la madrugada en las tertulias de los bares, viajar a los centros de innovación, estar al tanto de las tendencias internacionales, leer todo lo que se escribía, estar en la punta, en la vanguardia, “a la page” en “the cutting edge”, codearse con críticos y jurados, conseguir las mejores galerías, exponer todos los años, presentarse a becas y concursos, figurar en buenos catálogos y libros, y sobre todo ser original, inventar un estilo, una forma, construir una marca personal, que es lo que transforma una obra en algo discernible, escaso, valioso, coleccionable y vendible. Dicen que con la posmodernidad y el arte contemporáneo las cosas ya no son así, pero yo no creo que los cambios culturales sean tan drásticos, pero eso merece una nota aparte.
Por suerte ahora, en el marco de la tremenda cuarta ola del feminismo, el Museo Nacional de Artes Visuales está lentamente desempolvando cuadros de artistas mujeres, entre ellas mi madre. Apareció una investigadora del MNAV, de apellido Grau, que se propone reivindicar a fondo varias artistas que fueron invisibilizadas por los cánones patriarcales y borradas de los libros de arte por haberse dedicado a ser madres, esposas, amas de casa, profesoras de Secundaria, etc. Espero que Grau se apure y la reivindicación de mi vieja me agarre con vida, jejé.
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