A quienes todavía se miran en mí
con ilusión, debo confesarles que fracasé en mi plan de rebajar medio kilo de peso por semana, que me
hubiera permitido llegar hoy sábado a noventa y cuatro exactos. La culpa fue de Nora, una de mis compañeras
de liceo que festejó sus ochenta con una cena fantástica en un club de
Carrasco. No faltó nadie de la clase, nadie se quería perder esa cena, (salvo
los que se murieron), porque Nora,
aparte de ser muy querida, es una de las mejores chefs del Uruguay, es la que siempre cocina cuando
vienen de visita presidentes y reyes (como Juan Carlos pero que ya no viaja).
Así que de alguna manera llegamos todos y todas, con bastones, sillas de
ruedas, stens, marcapasos y prótesis de todo tipo, pero llegamos y nos
saludamos con algarabía y expresiones de aliento como ¡estás igualito! Y esas
cosas. Yo llegué un poco tarde porque hace veinte años tiré todas mis corbatas como
si fuera un gesto político importante, así que perdí un poco de tiempo disfrazándome de artista. Creyendo que todo el mundo me
miraba, entré tratando de caminar bien derechito. Saludé a Nora efusivamente y
me abalancé sobre la mesa de jamón serrano, terrinas y patés. Luego me senté en una mesa con varios
compañeritos, tomé un whisky, devoré la entrada de salmón, palta, brotes de rúcula
y huevas de salmón, y también me comí las sobras de Armando que no andaba bien
de la presión. Luego tomé vino tinto, comí las costillitas de cordero con
risotto de dátiles, y también las costillitas que dejaron Elisa y Pat que no andaban bien del
colesterol. En los casamientos siempre me pierdo la torta porque me da sueño y a
eso de las tres me voy a dormir, ya que la novia en general quiere que los postres se sirvan
a las cinco para que la gente aguante hasta el amanecer y luego digan en el
guasap “pasamos divino, volvimos a casa de día”. Pero Nora, que es de categoría
mundial, a las once puso unos valses de Strauss para bailar un ratito y sirvió
los postres enseguida. Devoré la torta
de arándanos y la de chocolate, y además las tortas que dejó Ana, que andaba
mal de la glicemia. A medianoche ya estábamos rumbo a casa con la satisfacción que
deja una noche perfecta, pensando que la gula no debiera estar en la lista de
los siete pecados capitales
Pero hoy sábado 13 al levantarme
me pesé en mi flamante balanza electrónica, que no miente, y me dio 95.500, como se puede ver en la
gráfica cruel. Aumenté un kilo, pero no todo es culpa de Nora, también estuve
comiendo pan con grasa de la panadería del barrio. Hay cosas peores, pensé. Tengo, como viejo, la obligación de
dejar un mensaje positivo. Mañana voy a un asado por el día del padre, con
mollejas, choripán y morcillas dulces, pero el lunes vuelvo sin falta a la
dieta, al jugo de tomates con pepino y zanahoria.
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