TRES CORRIENTES Daniel Heide Marzo de 2019.
Como hemos visto en estos años,
lo que hizo el conjunto de movimientos feministas fue separar el concepto de sexo (biológico, genético, anatómico,
etc), del concepto de género (roles,
actitudes, performances, conductas asignadas, construidas, culturales, etc) y
esa separación conceptual entre sexo y género, como herramienta
metodológica, le facilitó el combate
contra el patriarcado y sus
costumbres impuestas durante miles de años.
El feminismo lésbico fue el primer movimiento que planteó la
orientación sexual como una elección personal, intentó desnaturalizar la heterosexualidad y la
calificó como una institución, un producto del patriarcado, el colonialismo y
el capitalismo. El feminismo lésbico es una forma de resistencia a las
instituciones hechas por los hombres, y una de sus estrategias es la provisoriedad inestable, entrar y salir de
distintos roles, ya que la heterosexualidad obligatoria, impuesta por el
patriarcado, genera universalizaciones y procesos ineluctables y produce mujeres obedientes a valores heteronormativos.
El feminismo lésbico da pie al surgimiento de la teoría queer que domina
varios ámbitos LGBTI.
La
teoría “queer”, es aquélla que lleva
al extremo la distinción entre sexo y género, afirmando que géneros,
identidades y orientaciones sexuales son construcciones culturales y
sociales, por lo tanto no esenciales, ni
están determinadas por la biología ni la naturaleza. Varón, mujer,
heterosexual y homosexual no son categorías universales o fijas, están sujetas
a la cultura patriarcal heteronormativa. La teoría queer invita al individuo a
salir del corsé hombre-mujer y expresarse del modo que siente o se percibe. Lo
femenino y masculino son roles, performances, que se pueden intercambiar o
parodiar. La principal teórica de lo
queer fue Judith Butler, que en 1990 publicó un libro decisivo: El Género en
Disputa. El antecedente ilustre: Simone de Beauvoir: “mujer no se nace, sino se
hace, se convierte en”.
Varios movimientos feministas y
sus versiones más radicales queer siguen fieles a las posturas de los famosos
filósofos franceses que tuvieron su momento de gloria a partir del Mayo francés
del 68: Derrida con la deconstrucción
que identifica y desmantela actitudes clasistas, racistas o machistas de
cualquier discurso, Foucault con su teoría de la sexualidad
determinada socialmente por situaciones de poder, Lyotard con su denuncia de los grandes
relatos emancipadores (cristianismo, ilustración, capitalismo, socialismo)
y Lacan con la distinción entre identidad
sexual y la determinante biológica.
A la luz de este pensamiento
postestructuralista, donde no hay verdades universales, identidades, relaciones
permanentes , donde nada es natural y
todo es construido socialmente, el movimiento queer tomó para sí este concepto
de inestabilidad para negar el binomio femenino-masculino
e implantar en cambio la noción de un continuum sin cortes, con treinta o más
géneros posibles entre ambos. El colectivo local EFD, Encuentro de Mujeres
Desorganizadas, declara que “somos mujeres en permanente deconstrucción que no
se constituyen a partir de ninguna identidad o esencia predeterminada”. Se
reúnen en largas asambleas, sin dirigentes, toman las decisiones por consenso,
temen que las votaciones democráticas formales de la mitad más uno susciten
situaciones autoritarias.
Los actuales movimientos feministas también
reflejan las escaramuzas ideológicas que se dan en la sociedad general y en el
mundo globalizado. Aparte del movimiento
queer hay un colectivo que predica la emancipación del género a través de la democracia
participativa y la solidaridad social (léase
socialista) y un feminismo liberal (léase capitalista), donde se lucha por la promoción personal de las
mujeres, la meritocracia, el lobby, la salida del ropero, las cuotas de acción
afirmativa, la presencia de mujeres en cargos ejecutivos, la rotura del techo
de cristal, el empoderamiento, el reformismo.
La corriente socialista y la corriente queer reprochan a las
feministas liberales el descuido por la lucha de clases, el racismo, el
colonialismo, los problemas del pan y manteca. La corriente liberal reprocha a
la corriente socialista el descuido de
la violencia doméstica, el acoso sexual, la violación de los nuevos derechos
LGBTI, y le reprocha al feminismo queer que se
ensimisme en forzar hasta los extremos
las categorías de género, en separar totalmente naturaleza y cultura, en
apartarse del sistema capitalista sin proponer una alternativa razonable para
el problema del pan y manteca, y en querer construir un mundo
sin sexos ni géneros donde se acunarían, como en toda utopía, las
semillas del autoritarismo.
Por ahora, fieles a sus
sororidades descontraídas, los tres feminismos confluyen cada 8 de marzo en marchas
imponentes sin necesidad de mostrar identidades comunes.