domingo, 14 de julio de 2019

LA CENA DE NORA


A quienes todavía se miran en mí con ilusión, debo confesarles que fracasé en mi plan de  rebajar medio kilo de peso por semana, que me hubiera permitido  llegar hoy sábado  a noventa y cuatro exactos.  La culpa fue de Nora, una de mis compañeras de liceo que festejó sus ochenta con una cena fantástica en un club de Carrasco. No faltó nadie de la clase, nadie se quería perder esa cena, (salvo los que  se murieron), porque Nora, aparte de ser muy querida, es una de las mejores chefs  del Uruguay, es la que siempre cocina cuando vienen de visita presidentes y reyes (como Juan Carlos pero que ya no viaja). Así que de alguna manera llegamos todos y todas, con bastones, sillas de ruedas, stens, marcapasos y prótesis de todo tipo, pero llegamos y nos saludamos con algarabía y expresiones de aliento como ¡estás igualito! Y esas cosas.  Yo llegué un poco tarde porque  hace veinte años tiré todas mis corbatas como si fuera un gesto político importante, así que perdí un poco de tiempo  disfrazándome  de artista. Creyendo que todo el mundo me miraba, entré tratando de caminar bien derechito. Saludé a Nora efusivamente y me abalancé sobre la mesa de jamón serrano, terrinas y patés.  Luego me senté en una mesa con varios compañeritos, tomé un whisky, devoré la entrada de salmón, palta, brotes de rúcula y huevas de salmón, y también me comí las sobras de Armando que no andaba bien de la presión. Luego tomé vino tinto, comí las costillitas de cordero con risotto de dátiles, y también las costillitas que dejaron  Elisa y Pat que no andaban bien del colesterol. En los casamientos siempre me pierdo la torta porque me da sueño y a eso de las tres me voy a dormir, ya que  la novia en general quiere que los postres se sirvan a las cinco para que la gente aguante hasta el amanecer y luego digan en el guasap “pasamos divino, volvimos a casa de día”. Pero Nora, que es de categoría mundial, a las once puso unos valses de Strauss para bailar un ratito y sirvió los postres  enseguida. Devoré la torta de arándanos y la de chocolate, y además las tortas que dejó Ana, que andaba mal de la glicemia. A medianoche ya estábamos rumbo a casa con la satisfacción que deja una noche perfecta, pensando que la gula no debiera estar en la lista de los siete pecados capitales
Pero hoy sábado 13 al levantarme me pesé en mi flamante balanza electrónica, que no miente,  y me dio 95.500, como se puede ver en la gráfica cruel. Aumenté un kilo, pero no todo es culpa de Nora, también estuve comiendo pan con grasa de la panadería del barrio.  Hay cosas peores,  pensé. Tengo, como viejo, la obligación de dejar un mensaje positivo. Mañana voy a un asado por el día del padre, con mollejas, choripán y morcillas dulces, pero el lunes vuelvo sin falta a la dieta, al jugo de tomates con pepino y zanahoria.