El otro día en un programa televisivo el senador Oscar Andrade demostró que conoce exactamente las causas de por qué dos quintiles de los uruguayos no pueden alquilar o comprar una vivienda, y terminan en los asentamientos irregulares, en el fondo de la casa de los padres o en pensiones de mal vivir o en la calle. Siendo Oscar Andrade un tipo inteligentísimo, memorioso, gran polemista, con un verbo atropellado pero elocuente, me pregunto por qué hoy sigue siendo comunista. Me pregunto si cuando participa en una asamblea del Partido Comunista para votar su plataforma actual, 2025, y ésta habla de orientarse por la ideología científica del marxismo leninismo para conducir al pueblo al socialismo y a la posterior edificación del comunismo, cómo es posible que él, y Castillo, y Andrade y otros dirigentes igualmente avispados levanten la mano y aprueben sin pestañear semejantes supercherías pergeñadas en 1848 y fracasadas una y otra vez en la Historia. Por lo menos los chinos de Deng Xiao Ping en 1980 desmantelaron los dislates del maoísmo, y aunque se siguieron llamando comunistas, impulsaron la propiedad privada y la economía del mercado y China empezó a crecer al 9 por ciento anual durante 40 años y se transformó en la segunda o ya primera nación más potente del mundo. No con tanto éxito, los rusos de Gorbachov hicieron lo mismo en el 89 cuando cayó el muro de Berlín, y creo que los Partidos Comunistas de Cuba y Uruguay son los únicos en el mundo que siguen siendo comunistas y además lo dicen. En Uruguay la llamada clase trabajadora casi ni vota al Partido Comunista en las Elecciones Nacionales, pero en cambio admite que ese partido dirija al PIT CNT, porque es el que en los Consejos de Salarios supuestamente más se ocupa de que los sueldos no se achiquen con la inflación, y también se opone ardientemente a la desindexación de salarios u otras picardías que se le pudieran ocurrir a los economistas. Por supuesto que un país que tiene una poderosa Central Sindical dirigida por comunistas, cuyo principal objetivo es orientarse por la ideología científica del marxismo leninismo para conducir al pueblo al socialismo y a la posterior edificación del comunismo, nunca va a recibir muchas inversiones, y el país no va crecer, y esos salarios presuntamente ganados o defendidos por el PIT CNT tampoco van a crecer. Mientras la cultura popular hegemónica en los sindicatos, los liceos, las universidades y el carnaval sea la del odio al empresario y al mercado capitalista, el país va a seguir estancado y los salarios también, creciendo con suerte a un mediocre por ciento anual ni habrá plata para acceder a la vivienda o para la educación, la salud, la seguridad o la recolección de basura. Por supuesto que la hegemonía cultural de la izquierda no se debe a la eficiencia del relato del PIT CNT o del Frente ni a Gramsci ni a la torpeza del relato de la Coalición, como dicen Ignacio Posadas y Javier García, sino que los partidos Blanco y Colorado representan más bien los intereses y valores de las clases medias y altas porque han perdido en las últimas décadas la sensibilidad popular, el contacto, la participación y el afecto de los famosos “dos quintiles” que mencionaba Andrade.
domingo, 27 de abril de 2025
domingo, 20 de abril de 2025
Benedetti y Vargas Llosa por Eduardo Irigoyen Garcia
Eduardo Irigoyen Garcia:
Benedetti y Vargas Llosa (1)
El artículo de Mario Benedetti “Vargas Llosa... una actitud insoportablemente frívola”, publicado en 1984, que ha sido reflotado y reproducido en estos días tras la muerte del peruano, es una pieza literaria hábil, revestida de indignación moral, pero intelectualmente deshonesta en más de un nivel.
Es un texto que revela mucho más sobre el autor que sobre el blanco a quien apunta.
Con el estilo llano y eficaz que caracterizaba a Benedetti, embiste contra Mario Vargas Llosa con una batería de acusaciones que oscilan entre la hipérbole y la falacia (podría agregar la mala leche, si me permiten), en lo que termina siendo una defensa encubierta —y bastante torpe— de regímenes autoritarios que dejaron una estela de censura, represión y muerte en América Latina.
Benedetti escribía bien, pero razonaba mal.
Su talento literario era innegable, pero cuando salía del verso y entraba en el terreno de las ideas, la brújula moral se le descomponía peligrosamente.
Mientras Vargas Llosa, con los años, fue ganando en profundidad intelectual y autonomía crítica —desprendiéndose del dogmatismo de su juventud— Benedetti persistió en una lealtad casi religiosa a causas que la historia y la ética se han encargado de desenmascarar.
Benedetti defendió, sin matices, la dictadura cubana, la misma que persiguió homosexuales, encarceló disidentes, prohibió libros, acalló músicos y convirtió la crítica en delito; y lo hizo sin vergüenza y con entusiasmo.
Fue también, durante décadas, indiferente al horror soviético: al Gulag, a la invasión de Hungría, a la Primavera de Praga, al fusilamiento de intelectuales y de eso, nunca dijo mucho, porque el silencio selectivo fue su coartada.
Se comprometió sin fisuras con los movimientos guerrilleros latinoamericanos —algunos nacidos de una legítima indignación social, es cierto— pero que muchas veces desembocaron en violencia indiscriminada, autoritarismo armado y sufrimiento para los mismos pueblos que decían querer liberar.
Benedetti justificaba lo injustificable siempre y cuando fueran compañeros y lucharan por la liberación nacional y el socialismo.
Y mientras él ponía la pluma al servicio de la causa, Vargas Llosa elegía un camino más difícil: el de pensar en libertad, aunque eso implicara incomodar a antiguos camaradas.
Su viraje político —tan criticado por Benedetti— no fue, como pretende nuestro escritor de frases para posters, una traición, sino una maduración.
Fue el resultado de un proceso intelectual honesto, provocado por episodios concretos como el caso Padilla en Cuba: la confesión pública forzada del poeta Heberto Padilla tras su encarcelamiento, que evidenció de manera brutal el rostro autoritario del Fidelismo.
Vargas Llosa rompió con ese mundo cuando muchos todavía miraban para otro lado, se hacían los giles o aplaudían con sordera moral.
Benedetti acusa al peruano de ser “frívolo” por denunciar la corrupción intelectual de la izquierda dogmática latinoamericana, como si no fuera cierto que durante décadas, muchos escritores e intelectuales justificaron crímenes, encubrieron dictadores y prestaron su firma a manifiestos vergonzosos, sólo por lealtad ideológica.
¿No hubo acaso escritores que justificaron (y justifican) la represión cubana como lo hacen hoy, con Venezuela y Nicaragua?
¿No hubo quienes guardaron silencio ante los crímenes de Sendero Luminoso, del ERP, de los Montoneros, de las FARC, por miedo o por conveniencia?
Vargas Llosa, en cambio, los denunció con nombre y apellido.
Lo hizo con dureza pero también con una coherencia que escaseaba entre sus críticos.
Porque el autor de La ciudad y los perros apoyó posiciones liberales y hasta conservadoras en lo económico, abrazándose y dando su apoyo a reaccionarios de derecha de diverso color y pelaje, algo que –lo confieso- me chocó bastante.
Pero él no fue un reaccionario y ni siquiera un conservador.
Apoyó el aborto, la eutanasia, los derechos de la mujer y muchos postulados del feminismo, el matrimonio igualitario, la legalización de las drogas. Se declaró agnóstico y defendió con fuerza la laicidad frente a la intromisión de la Iglesia en asuntos públicos.
Su liberalismo era integral: no era sólo el de los mercados, sino el de las libertades civiles.
Era el de Stuart Mill, no el de Pinochet.
Y esa distinción, que Benedetti nunca entendió (o no quiso entender), marca la diferencia entre un pensador libre y un militante que repite dogmas.
En su artículo, Benedetti se esfuerza por pintar a Vargas Llosa como un escritor “de derecha” al que las élites premian por atacar a la izquierda.
Pero la verdad es que su obra ha sido leída, celebrada y traducida en todos los rincones del mundo porque tiene una calidad literaria que está por encima de la coyuntura y de las banderas.
Su prosa es tan sólida como su pensamiento; su imaginación, tan potente como su valentía, tal como se ve en “Conversación en La Catedral”, “La guerra del fin del mundo” o “La fiesta del chivo”, todos ellos en mi biblioteca y que da gusto leer, no necesitan de ningún aparato de propaganda para demostrar su grandeza. Son novelas complejas, incómodas, brillantes.
Y es en su obra donde Vargas Llosa deja claro que la literatura no es un púlpito, ni una trinchera, ni un panfleto: es un espacio para la libertad.
Por eso resulta irónico que Benedetti, que se dice escandalizado por el uso de términos como “robots” o “perros de Pavlov”, termine su artículo con la misma descalificación simplista que dice repudiar.
Se indigna por los adjetivos, pero practica el mismo reduccionismo.
Cierra con sarcasmo, pero sin argumentos.
En el fondo, lo que molesta a Benedetti no es la “frivolidad” de Vargas Llosa, sino su herejía. Le duele que alguien que fue admirado por la izquierda se haya atrevido a pensar por sí mismo. Le molesta que el talento literario y la lucidez intelectual puedan ir de la mano sin someterse a la ortodoxia.
Hoy, leída con perspectiva, aquella diatriba de Benedetti suena amarga, envejecida, y poco generosa.
La historia ha puesto a cada uno en su lugar: Benedetti sigue siendo leído por sus poemas sencillos (ideales para la seducción adolescente), por su ternura nostálgica, por su voz de barrio montevideano de clase media y no por sus infames elogios al lenguaje de las armas, la pólvora y la sangre.
Vargas Llosa, en cambio, sigue publicando, sigue incomodando (aún hoy me siguen molestando sus expresiones de apoyo a unos cuantos reaccionarios), sigue pensando.
Y, sobre todo, sigue escribiendo mejor que todos sus críticos juntos.
miércoles, 9 de abril de 2025
ARQUITECTURA ADMIRABLE
Cuando tenía 16 años trabajé como guía de turistas en una agencia de viajes. Mi tarea era mostrar la ciudad a pequeños grupos de turistas de habla inglesa. La frutilla de la torta era mostrarles el Palacio Legislativo. Un matrimonio norteamericano muy agradecido, sabiendo que yo pensaba estudiar arquitectura, me mandó luego desde Estados Unidos un libro extraordinario de regalo, con las mejores "casas de la pradera" de Frank Lloyd Wright: maravillosas, enormes, con sus famosos techos volados. Al entrar a Facultad empecé a dibujar así pero rápidamente los profesores me convencieron de que Wright era un arquitecto burgués, individualista y dedicado a clientes ricachones, y que mientras hubiera en nuestro país rancheríos y cantegriles no debíamos dejarnos seducir por aquellas formas encantadoras. Diez años después, más o menos cuando me recibí, y ya no creía en las utopías marxistas, me afilié a las ideas de la democracia liberal, pero algo de todo aquel igualitarismo obsesivo me debe haber quedado en el ADN, porque hasta hoy me siento incómodo ante las grandes obras de arquitectura que ostentan demasiados lujos formales, bellos pero carísimos, que se podrían haber evitado en beneficio de más viviendas, escuelas, hospitales o merenderos. Y eso que estoy de acuerdo con el Keynes que inspiró a Roosvelt en los años 30 cuando dijo: "es mejor hacer pozos y volver a taparlos que no hacer nada". Así que cuando veo las Pirámides de Egipto, el Palacio de Versalles, la Catedral de Notre Dame, el Taj Mahal de la India, el Museo Gugenheim de Bilbao o nuestro Palacio Legislativo, no puedo dejar de admirarme por el ingenio y el arte de los grandes arquitectos que tuvo la humanidad, y el orgullo que ese patrimonio representa para sus pueblos, y porque pasados ciertos años nadie se acuerda ni se queja de lo que costaron y qué se podía haber hecho en su lugar.
domingo, 6 de abril de 2025
ORSI 25
Tengo la impresión, todavía no muy bien fundamentada, de que Orsi con su modito suave y minimalista, va a lograr imponer su liderazgo de contenido socialdemócrata por sobre los relictos del marxismo leninismo que todavía quedan en el Frente. Los sectores del Frente que todavía tienen una estrategia revolucionaria para el largo plazo, siempre buscaron un candidato a Presidente que fuera popular y moderado pero que pudieran manejar. Les fracasó con Seregni y les fracasó con Vázquez porque tenían su fuerte personalidad propia, y les fracasó con Mujica porque era de origen blanco liberal y en la cárcel dejó de ser revolucionario. Ahora creo que con Orsi les va a fracasar también: varios de los nuevos ministros, por ejemplo Caggiani, hablan seriamente del desarrollo económico, de que si no crece la torta nada se puede repartir, de que si el PBI no crece varios años seguidos al 4 o 5 por ciento esto no tiene arreglo, y que para ello se necesitan varios miles de millones de dólares en inversiones: nacionales, extranjeras, del Estado y privadas. Esto significa cuidar a los malla oro, cuidar a las empresas para que ganen mucha plata, y después darle una parte a los comedidos burócratas para que la repartan un poco. Tengo esperanzas que eso ocurra. Claro que si se dedican a rever la LUC, a rever las jubilaciones del BPS, a rever las ocupaciones y a hacer monumentos a la memoria..... estaremos perdidos otros cinco años.