GUÍA DE TURISTAS
Después
del surmenage que obligó a mi padre a dejar el empleo del
Hospital Inglés, él estuvo trabajando algunos años como guía de turistas para
la agencia de viajes Buemes. Cuando yo tenía 14 años mi padre se murió como
consecuencia del estrés anterior, úlcera
del duodeno, cirugía y probable mala praxis, y me quedé de golpe sin el hombre
más bueno del mundo. Mi madre quedó con una pensión muy chica y el sueldo de
profesora de Secundaria, así que a los 15 años heredé el puesto de guía de
turistas. Mi labor consistía en pasear turistas por Montevideo en un taxi o
remise, mostrarles en 3 horas la Ciudad Vieja, Carrasco, la Rambla, el
Palacio Legislativo, la Carreta de Belloni, La Diligencia, y a veces los peones disfrazados de gauchos
tomando mate en La Tablada. También acompañaba a los turistas a las tiendas de
artículos de cuero que estaban en Plaza Independencia y me ganaba el 10% de las
ventas. Otras veces guiaba un autobús entero lleno de turistas y en inglés les
contaba cosas de los edificios, reales o inventadas. En el medio del Salón de los Pasos Perdidos
hay un mármol que figura una vaca: era la riqueza del Uruguay, y en una de las
columnas aparece la carita de Lincoln, que los pobres turistas miraban con resignación y respeto. Al final del paseo los
turistas juntaban unos dólares y me daban propinas. Una vez una señora muy rica
y distinguida, del Partido Republicano
y que odió el monumento a Roosevelt que
está por el Parque Batlle, me preguntó
qué pensaba estudiar y le dije: arquitectura. Dos meses después me llegó por
correo un libro fantástico sobre la obra de Frank Lloyd Wright. Me enamoré de
las Usonian Houses de Wright con esos techos atrevidos volados y pensé que
cuando fuera arquitecto iba a ser como él.
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