viernes, 20 de enero de 2017

GUÍA DE TURISTAS
            Después del surmenage que  obligó a mi padre a dejar el empleo del Hospital Inglés, él estuvo trabajando algunos años como guía de turistas para la agencia de viajes Buemes. Cuando yo tenía 14 años mi padre se murió como consecuencia del estrés anterior,  úlcera del duodeno, cirugía y probable mala praxis, y me quedé de golpe sin el hombre más bueno del mundo. Mi madre quedó con una pensión muy chica y el sueldo de profesora de Secundaria, así que a los 15 años heredé el puesto de guía de turistas. Mi labor consistía en pasear turistas por Montevideo en un taxi o remise,  mostrarles en 3 horas  la Ciudad Vieja, Carrasco, la Rambla, el Palacio Legislativo, la Carreta de Belloni, La Diligencia,  y a veces los peones disfrazados de gauchos tomando mate en La Tablada. También acompañaba a los turistas a las tiendas de artículos de cuero que estaban en Plaza Independencia y me ganaba el 10% de las ventas. Otras veces guiaba un autobús entero lleno de turistas y en inglés les contaba cosas de los edificios, reales o inventadas.  En el medio del Salón de los Pasos Perdidos hay un mármol que figura una vaca: era la riqueza del Uruguay, y en una de las columnas aparece la carita de Lincoln, que los pobres turistas miraban con  resignación y respeto. Al final del paseo los turistas juntaban unos dólares y me daban propinas. Una vez una señora muy rica y distinguida,  del Partido Republicano y  que odió el monumento a Roosevelt que está por  el Parque Batlle, me preguntó qué pensaba estudiar y le dije: arquitectura. Dos meses después me llegó por correo un libro fantástico sobre la obra de Frank Lloyd Wright. Me enamoré de las Usonian Houses de Wright con esos techos atrevidos volados y pensé que cuando fuera arquitecto iba a ser como él.


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