CRICKET CLUB
Cuando
éramos chicos, los sábados o domingos íbamos al Montevideo Cricket Club, entre
Sayago y Peñarol. Íbamos en ferrocarril desde la Estación Central y nos
bajábamos en Parada Polo. El viaje en tren, como se sabe, era maravilloso para
la imaginación de un niño. Desde la ventana veíamos casitas muy humildes
construIdas contra el alambrado lleno de
violetas, y casi siempre había un niño descalzo saludándonos con cierta melancolía.
Era un
Club fundado por los ingleses, que
sabían pasarla bien en los países donde instalaban ferrocarriles, aguas
corrientes, compañías de gas, hospitales y colegios. El club tenía canchas de
polo, de rugby, fútbol y tenis y tenía vestuarios, un salón donde las damas tomaban el té con los niños,
y una cantina que decía “Men Only” donde
los varones se metían, después del rugby, a tomar litros de “schandy”,
una mezcla de cerveza y gaseosa.
Mi madre nos llevaba al césped y desplegaba su mantel a cuadros y sacaba de una canasta los
sándwiches y los escones. Mi madre se diseñaba su ropa con muchos volados en
color pastel, y sabía hacerse grandes capelinas
de alas ondulantes . Después me
di cuenta que quería parecerse a Greer
Garson en Rosa de Abolengo.
Pero lo
mejor del paseo era el regreso de todos en el tren de las 20.10. Los ingleses y mi padre cantaban durante todo
el trayecto, y al bajar en la Estación subíamos
por Paraguay hasta 18 de Julio.
El más cómico de la barra, que se llamaba Jack, se subía a una garita que había en el medio de la calle y detenía el tránsito para que
cruzáramos nosotros. Allí los adultos se
despedían a las risas hasta el fin de semana siguiente.
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