Este
texto fue escrito en San Francisco a mediados de 1989. Lo envié a Brecha pero
el Director Hugo Alfaro se disculpó por no poder publicarlo porque podía parecer un ataque al
Frente Amplio, justo en año de elecciones. En mayo del 90 Brecha organizó un Debate
Abierto sobre la caída del Muro y se publicó.
EL SOCIALISTA DE LOS NOVENTA
En un reciente artículo de BRECHA, Eduardo-Galeano
propone, quizás demasiado tarde, redefinir
el socialismo, luego de sentirse como
un niño desamparado ante la derrota de Ortega en Nicaragua.
La imagen es bella y conmovedora, y me
recuerda una tarde de 1968, cuando estábamos reunidos en el Paraninfo
discutiendo acaloradamente la invasión a Checoslovaquia, y Galeano criticó
valientemente la invasión de los tanques rusos, ante una concurrencia hostil
donde se acusaba a Dubcek y su Primavera de Praga de ser una conspiración de la CIA. Esa tarde Galeano,
apelando a un último argumento, dijo algo así: “Vamos a ver qué dice mañana
Fidel Castro”. La posición de Fidel al día siguiente, apoyando la invasión rusa,
nos cayó como un balde de agua fría, y ahora pienso que debió ser aquel día en que debimos sentir que
algo andaba terriblemente mal en el socialismo.
La crisis total que hoy sacude al
socialismo no solamente atañe a los marxistas leninistas afiliados al Partido
Comunista, sino a toda la izquierda. Si en la época de Frugoni el socialismo
era algo distinto al comunismo y al capitalismo, la verdad es que en los años
sesenta el perfil de una tercera vía se diluyó en una marea revolucionaria, y
todas las fuerzas de izquierda, que más tarde confluiríamos en el Frente Amplio, habíamos adoptado como
propios algunos elementos básicos del marxismo y del leninismo aunque no
estuviéramos afiliados al Partido Comunista: la lucha de clases como motor de
la historia, el culto mítico al proletariado, el énfasis del Estado en la
economía, la crítica sistemática al capitalismo y la empresa privada; el desdén
por la socialdemocracia y las vías parlamentarias de acceso al poder. En fin, que con cierta razón el inefable
Benito Nardone nos estampó el membrete de “cripto comunistas”, ya que, a la
hora de concretar, nunca supimos proponer un modelo de socialismo democrático
bien distinto del capitalismo norteamericano o del comunismo soviético, y mucho
menos una síntesis con lo mejor de ambos sistemas.
Fueron tan enormes los errores
cometidos durante 70 años por el socialismo, en nombre de la igualdad y la
justicia social, que hoy en día la gente identifica la libertad y la democracia
con el capitalismo, y al totalitarismo y la esclavitud con el socialismo,
cuando debió ser al revés.
Por ello, el socialista de los 90
dedicará los primeros cinco años de la década a hacer terapia profunda, re-estudiar
la historia, aceptar con humildad el gran engaño del que fue objeto y que
también ayudó a perpetrar.
El socialista de los 90 reflexionará
sobre las causas de su embotamiento en toda la década del 80 cuando la URSS invadió Afganistán y se
le permitió al “tonto” de Ronald Reagan ocupar el centro del ring en la batalla
ideológica.
El socialista de los 90 confesará su
pasada arrogancia por haberse sentido superior, al propugnar un sistema basado
en la solidaridad y el bien colectivo y despreciar todas las conquistas del
capitalismo.
El socialista de los 90 aceptará que el
sistema capitalista le ganó la batalla al socialismo en el terreno político. El
modelo propuesto por las revoluciones francesa y norteamericana, de elecciones
libres, voto secreto, independencia y equilibrio de los tres poderes, libertad
irrestricta de expresión, prensa, huelga, asociación, reunión y movimiento,
resultó ampliamente superior al partido único, el verticalismo autoritario, y
la suspensión de libertades individuales en aras del ideal colectivo.
El socialista de los 90 aceptará que
el sistema capitalista ganó la batalla al sistema socialista en el terreno
económico. A pesar del despilfarro y del consumo suntuario, la propiedad
privada de los medios de producción puso al alcance de la población miles de
bienes y servicios, más o menos útiles, que la gente consume y utiliza
encantada. El socialismo, en comparación, produjo escasez, ineficiencia, mala
calidad, tiendas vacías, colas interminables, tarjetas de racionamiento,
burocratismo y la pereza legendaria del empleado público.
El socialista de los 90 aceptará que
el sistema capitalista derrotó al socialismo en el terreno cultural. La
pintura, la escultura, el teatro, la poesía, la música y la danza y la
arquitectura, generadas bajo las libertades democráticas de Occidente, aun
produciendo obras llenas de angustia, hipocresía o mercantilismo, reflejaron
mejor la condición humana que las obras oficiales, acartonadas, falsamente
optimistas que promovió el socialismo.
En la era de la información
instantánea y global, simbolizada por la televisión, el satélite de
comunicaciones, el fax, la telefonía celular y las redes de computadoras, la libre
circulación de las ideas le permitió al capitalismo ganar la batalla de la
información. El socialismo siempre le tuvo miedo a la información. Prohibió los
viajes al exterior, prohibió el ingreso de textos, obras de arte, señales de
radio y televisión, prohibió la posesión privada de mimeógrafos, copiadoras, de
fax. Prohibió la libre circulación de las ideas, la crítica de afuera y la de
adentro.
El socialismo podría haber
sobrevivido, aun a costa de ciertas libertades públicas, si hubiera ganado la
batalla económica, si la producción socialista de bienes y servicios hubiera
sido lo suficientemente grande como para realizar la justicia distributiva.
Pero el socialismo perdió la batalla
económica porque despreció la propiedad privada de los medios de producción,
combatió la creatividad e iniciativa individual, el derecho de cada quien de
poner su propio negocio donde se le antojara, y combatió las leyes del mercado
de oferta y demanda.
El socialista de los 90 deberá aceptar
que en la carrera de la producción, el capitalismo, representado por el
empresario privado, derrotó por amplio margen al socialismo, encarnado en el
funcionario público.
Lo más difícil de aceptar para el
socialista de los 90, y aquí es donde se juega o sintetiza todo el drama del
futuro, es la figura del empresario privado. El empresario clásico es una
figura bastante difícil de tragar, justo es reconocerlo. En su afán de lucro y
para poder competir con sus iguales (si es que no consiguió monopolio) pretende
pagar lo menos posible a su mano de obra. Para invertir su capital exige
estabilidad política, mano de obra barata y represión sindical. A la menor
provocación amenaza con llevarse sus capitales. Llora por los impuestos y los
evade, intenta corromper el poder político para su causa y encima se cree un
benefactor porque crea fuentes de trabajo.
El socialista del 90 aceptará al
empresario como un hecho irreversible, como un dato de la ecuación, y admitirá
que el empresario se haga cargo del 70 o el 80 por ciento de la economía, y
propugnará por crear las condiciones para su desarrollo. Sólo que esta vez, el
clásico empresario barrigón de cadena de oro, y siempre dispuesto a llamar a la
policía, será lentamente sustituido por el moderno entrepreneur (ya no
sos mi Margarita, ahora te llaman Margot...), que será un tipo joven, culto,
informado, deportivo, partidario de la pirámide achatada, dispuesto al diálogo
y la negociación y con cierto grado de conciencia social y ecológica.
Juntos, el entrepreneur y el socialista
desplazarán al viejo oligarca tiránico, represivo, racista y vendido al
extranjero.
El socialista de los 90 fomentará en las
universidades públicas y privadas la formación de entrepreneurs con la
mayor conciencia social posible, y diseñará las carreras y proyectos de
investigación en coordinación con las empresas y los gobiernos.
Cuidará y profundizará las
instituciones democráticas, fortalecerá las libertades públicas, el equilibrio
de poderes ejecutivo, legislativo y judicial, el voto secreto, para que no se
encaramen en el poder las viejas oligarquías y las tiranías.
Defenderá la libertad sindical para
defensa exclusiva de los intereses y derechos de los trabajadores y no usará
los sindicatos como plataforma de lucha para destruir el sistema, porque los
trabajadores serán los primeros interesados en cuidar las fuentes de trabajo,
en unirse y en tener cada vez más poder de negociación frente al entrepreneur,
quien no será el enemigo de clase sino un socio con bastante poder en una
aventura común.
El socialista de los 90 atribuirá al
Estado un papel principal en la definición de las metas económicas y sociales
del país, en la educación y la salud, en el dominio sobre algunos bienes
estratégicos y en algunos servicios públicos esenciales, y creará las
condiciones para que las iniciativas individuales privadas se ocupen de todo
los demás, regulando y corrigiendo los desequilibrios provocados por la
economía capitalista que surgieran.
El socialista de los 90 reconocerá la
imperiosa necesidad de incorporarse a grandes mercados de producción y consumo,
buscará la creación de grandes mercados regionales, derribando fronteras
aduaneras entre socios con geografías, culturas y regímenes democráticos
similares, tales como el Cono Sur, el Pacto Andino, Centroamérica, etcétera...
El socialista de los 90 combatirá el
imperialismo norteamericano, más peligroso ahora que antes, pero no depositará
en un delincuente como Noriega la defensa de la soberanía continental, ni
defenderá regímenes dictatoriales por el solo hecho de ser enemigos de Estados
Unidos, ni atribuirá todos nuestros males a los oscuros manejos de la CIA de la gran democracia del Norte.
Finalmente, por si todo lo anterior
fuera poco, el socialista de los 90 tendrá una clara posición sobre el
feminismo, el aborto, el racismo y las minorías, los derechos de los
homosexuales, la ecología y la religión.
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