lunes, 23 de enero de 2017

EL SOCIALISTA DE LOS 90

Este texto fue escrito en San Francisco a mediados de 1989. Lo envié a Brecha pero el Director Hugo Alfaro se disculpó por no poder  publicarlo porque podía parecer un ataque al Frente Amplio, justo en año de elecciones. En mayo del 90 Brecha organizó un Debate Abierto sobre la caída del Muro y se publicó.

 EL SOCIALISTA DE LOS NOVENTA
En un reciente artículo de BRECHA, Eduardo-Galeano propone, quizás demasiado tarde, redefinir el socialismo, luego de sentirse como un niño desamparado ante la derrota de Ortega en Nicaragua.
La imagen es bella y conmovedora, y me recuerda una tarde de 1968, cuando estábamos reunidos en el Paraninfo discutiendo acaloradamente la invasión a Checoslovaquia, y Galeano criticó valientemente la invasión de los tanques rusos, ante una concurrencia hostil donde se acusaba a Dubcek y su Primavera de Praga de ser una conspiración de la CIA. Esa tarde Galeano, apelando a un último argumento, dijo algo así: “Vamos a ver qué dice mañana Fidel Castro”. La posición de Fidel al día siguiente, apoyando la invasión rusa, nos cayó como un balde de agua fría, y ahora pienso que debió ser aquel día en que debimos sentir que algo andaba terriblemente mal en el socialismo.
La crisis total que hoy sacude al socialismo no solamente atañe a los marxistas leninistas afiliados al Partido Comunista, sino a toda la izquierda. Si en la época de Frugoni el socialismo era algo distinto al comunismo y al capitalismo, la verdad es que en los años sesenta el perfil de una tercera vía se diluyó en una marea revolucionaria, y todas las fuerzas de izquierda, que más tarde confluiríamos  en el Frente Amplio, habíamos adoptado como propios algunos elementos básicos del marxismo y del leninismo aunque no estuviéramos afiliados al Partido Comunista: la lucha de clases como motor de la historia, el culto mítico al proletariado, el énfasis del Estado en la economía, la crítica sistemática al capitalismo y la empresa privada; el desdén por la socialdemocracia y las vías parlamentarias de acceso al poder.  En fin, que con cierta razón el inefable Benito Nardone nos estampó el membrete de “cripto comunistas”, ya que, a la hora de concretar, nunca supimos proponer un modelo de socialismo democrático bien distinto del capitalismo norteamericano o del comunismo soviético, y mucho menos una síntesis con lo mejor de ambos sistemas.
Fueron tan enormes los errores cometidos durante 70 años por el socialismo, en nombre de la igualdad y la justicia social, que hoy en día la gente identifica la libertad y la democracia con el capitalismo, y al totalitarismo y la esclavitud con el socialismo, cuando debió ser al revés.
Por ello, el socialista de los 90 dedicará los primeros cinco años de la década a hacer terapia profunda, re-estudiar la historia, aceptar con humildad el gran engaño del que fue objeto y que también ayudó a perpetrar.
El socialista de los 90 reflexionará sobre las causas de su embotamiento en toda la década del 80 cuando la URSS invadió Afganistán y se le permitió al “tonto” de Ronald Reagan ocupar el centro del ring en la batalla ideológica.
El socialista de los 90 confesará su pasada arrogancia por haberse sentido superior, al propugnar un sistema basado en la solidaridad y el bien colectivo y despreciar todas las conquistas del capitalismo.
 El socialista de los 90 aceptará que el sistema capitalista le ganó la batalla al socialismo en el terreno político. El modelo propuesto por las revoluciones francesa y norteamericana, de elecciones libres, voto secreto, independencia y equilibrio de los tres poderes, libertad irrestricta de expresión, prensa, huelga, asociación, reunión y movimiento, resultó ampliamente superior al partido único, el verticalismo autoritario, y la suspensión de libertades individuales en aras del ideal colectivo.

El socialista de los 90 aceptará que el sistema capitalista ganó la batalla al sistema socialista en el terreno económico. A pesar del despilfarro y del consumo suntuario, la propiedad privada de los medios de producción puso al alcance de la población miles de bienes y servicios, más o menos útiles, que la gente consume y utiliza encantada. El socialismo, en comparación, produjo escasez, ineficiencia, mala calidad, tiendas vacías, colas interminables, tarjetas de racionamiento, burocratismo y la pereza legendaria del empleado público.
El socialista de los 90 aceptará que el sistema capitalista derrotó al socialismo en el terreno cultural. La pintura, la escultura, el teatro, la poesía, la música y la danza y la arquitectura, generadas bajo las libertades democráticas de Occidente, aun produciendo obras llenas de angustia, hipocresía o mercantilismo, reflejaron mejor la condición humana que las obras oficiales, acartonadas, falsamente optimistas que promovió el socialismo.
En la era de la información instantánea y global, simbolizada por la televisión, el satélite de comunicaciones, el fax, la telefonía celular y  las redes de computadoras, la libre circulación de las ideas le permitió al capitalismo ganar la batalla de la información. El socialismo siempre le tuvo miedo a la información. Prohibió los viajes al exterior, prohibió el ingreso de textos, obras de arte, señales de radio y televisión, prohibió la posesión privada de mimeógrafos, copiadoras, de fax. Prohibió la libre circulación de las ideas, la crítica de afuera y la de adentro.
El socialismo podría haber sobrevivido, aun a costa de ciertas libertades públicas, si hubiera ganado la batalla económica, si la producción socialista de bienes y servicios hubiera sido lo suficientemente grande como para realizar la justicia distributiva.
Pero el socialismo perdió la batalla económica porque despreció la propiedad privada de los medios de producción, combatió la creatividad e iniciativa individual, el derecho de cada quien de poner su propio negocio donde se le antojara, y combatió las leyes del mercado de oferta y demanda.
El socialista de los 90 deberá aceptar que en la carrera de la producción, el capitalismo, representado por el empresario privado, derrotó por amplio margen al socialismo, encarnado en el funcionario público.
Lo más difícil de aceptar para el socialista de los 90, y aquí es donde se juega o sintetiza todo el drama del futuro, es la figura del empresario privado. El empresario clásico es una figura bastante difícil de tragar, justo es reconocerlo. En su afán de lucro y para poder competir con sus iguales (si es que no consiguió monopolio) pretende pagar lo menos posible a su mano de obra. Para invertir su capital exige estabilidad política, mano de obra barata y represión sindical. A la menor provocación amenaza con llevarse sus capitales. Llora por los impuestos y los evade, intenta corromper el poder político para su causa y encima se cree un benefactor porque crea fuentes de trabajo.
El socialista del 90 aceptará al empresario como un hecho irreversible, como un dato de la ecuación, y admitirá que el empresario se haga cargo del 70 o el 80 por ciento de la economía, y propugnará por crear las condiciones para su desarrollo. Sólo que esta vez, el clásico empresario barrigón de cadena de oro, y siempre dispuesto a llamar a la policía, será lentamente sustituido por el moderno entrepreneur (ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot...), que será un tipo joven, culto, informado, deportivo, partidario de la pirámide achatada, dispuesto al diálogo y la negociación y con cierto grado de conciencia social y ecológica.
Juntos, el entrepreneur y el socialista desplazarán al viejo oligarca tiránico, represivo, racista y vendido al extranjero.
 El socialista de los 90 fomentará en las universidades públicas y privadas la formación de entrepreneurs con la mayor conciencia social posible, y diseñará las carreras y proyectos de investigación en coordinación con las empresas y los gobiernos.
Cuidará y profundizará las instituciones democráticas, fortalecerá las libertades públicas, el equilibrio de poderes ejecutivo, legislativo y judicial, el voto secreto, para que no se encaramen en el poder las viejas oligarquías y las tiranías.
Defenderá la libertad sindical para defensa exclusiva de los intereses y derechos de los trabajadores y no usará los sindicatos como plataforma de lucha para destruir el sistema, porque los trabajadores serán los primeros interesados en cuidar las fuentes de trabajo, en unirse y en tener cada vez más poder de negociación frente al entrepreneur, quien no será el enemigo de clase sino un socio con bastante poder en una aventura común.
El socialista de los 90 atribuirá al Estado un papel principal en la definición de las metas económicas y sociales del país, en la educación y la salud, en el dominio sobre algunos bienes estratégicos y en algunos servicios públicos esenciales, y creará las condiciones para que las iniciativas individuales privadas se ocupen de todo los demás, regulando y corrigiendo los desequilibrios provocados por la economía capitalista que surgieran.
El socialista de los 90 reconocerá la imperiosa necesidad de incorporarse a grandes mercados de producción y consumo, buscará la creación de grandes mercados regionales, derribando fronteras aduaneras entre socios con geografías, culturas y regímenes democráticos similares, tales como el Cono Sur, el Pacto Andino, Centroamérica, etcétera...
El socialista de los 90 combatirá el imperialismo norteamericano, más peligroso ahora que antes, pero no depositará en un delincuente como Noriega la defensa de la soberanía continental, ni defenderá regímenes dictatoriales por el solo hecho de ser enemigos de Estados Unidos, ni atribuirá todos nuestros males a los oscuros manejos de la CIA de la gran democracia del Norte.
Finalmente, por si todo lo anterior fuera poco, el socialista de los 90 tendrá una clara posición sobre el feminismo, el aborto, el racismo y las minorías, los derechos de los homosexuales, la ecología y la religión.





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