AYUDANTE DEL ARCHIVO DE OBRAS
En la
década del sesenta trabajé durante cuatro años en el Museo Nacional de Bellas
Artes, hoy de Artes Visuales. Tenía que cumplir
solamente cuatro horas y era perfecto para estudiar, la Facultad me
quedaba a dos cuadras. El Director era
Muñoz del Campo, excelente arquitecto y uno de los hombres más buenos del
mundo. Me autorizó a viajar un mes entero a Cuba, y luego a hacer un curso
fantástico de seis meses de Desarrollo
Económico organizado por la CIDE de Enrique Iglesias. También trabajaban en el museo otros artistas: Vicente Martín, Jorge
Damiani, Alejandro Casares, Javiel Velázquez. Una vez, todos mandamos obras a
un Salón Municipal, y todos obtuvimos premios. Muñoz del Campo estaba en el
jurado. Una de mis tareas era actualizar
el catálogo de obras del Museo. Cientos de obras paraditas en unas jaulas de
hierro, había que sacarlas, medirlas, verificar los datos, anotar el estado de
conservación y todo eso en un libro grandote . Siempre era emocionante tener en
las manos una luna de Cúneo, una callecita de De Simone, un retrato de Sáez.
Pero también había decenas de cuadros europeos de los llamados académicos,
escenas campestres, de cortesanas de capelina y miriñaque, alegorías, batallas
navales, cacerías de zorros y santos y madonas de toda especie, que seguramente
fueron donados al museo por burgueses modernos que no sabían qué hacer con aquéllos barrocos marcos dorados.
Ya cuando me iba del Museo llegó Kalemberg a la Dirección y le pudo imprimir
otro ritmo a la institución y al edificio, pero las obras académicas del siglo
XVIII y XIX nunca se expusieron, los uruguayos no las conocen.
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