viernes, 20 de enero de 2017

AYUDANTE DEL ARCHIVO DE OBRAS
            En la década del sesenta trabajé durante cuatro años en el Museo Nacional de Bellas Artes, hoy de Artes Visuales. Tenía que cumplir  solamente cuatro horas y era perfecto para estudiar, la Facultad me quedaba  a dos cuadras. El Director era Muñoz del Campo, excelente arquitecto y uno de los hombres más buenos del mundo. Me autorizó a viajar un mes entero a Cuba, y luego a hacer un curso fantástico de seis  meses de Desarrollo Económico organizado por la CIDE de Enrique Iglesias.  También trabajaban en el museo  otros artistas: Vicente Martín, Jorge Damiani, Alejandro Casares, Javiel Velázquez. Una vez, todos mandamos obras a un Salón Municipal, y todos obtuvimos premios. Muñoz del Campo estaba en el jurado. Una de mis tareas  era actualizar el catálogo de obras del Museo. Cientos de obras paraditas en unas jaulas de hierro, había que sacarlas, medirlas, verificar los datos, anotar el estado de conservación y todo eso en un libro grandote . Siempre era emocionante tener en las manos una luna de Cúneo, una callecita de De Simone, un retrato de Sáez. Pero también había decenas de cuadros europeos de los llamados académicos, escenas campestres, de cortesanas de capelina y miriñaque, alegorías, batallas navales, cacerías de zorros y santos y madonas de toda especie, que seguramente fueron donados al museo por burgueses modernos que no sabían qué  hacer con aquéllos barrocos marcos dorados. Ya cuando me iba del Museo llegó Kalemberg a la Dirección y le pudo imprimir otro ritmo a la institución y al edificio, pero las obras académicas del siglo XVIII y XIX nunca se expusieron, los uruguayos no las conocen.



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