INFANCIA
En 1944, año de mis primeros
recuerdos, mis padres compraban dos o
tres diarios por día. Mi madre era batllista y admiradora de Frugoni, le
gustaba leer El Día y mi hermano y yo nos abalanzábamos sobre el Suplemento de
los Domingos para leer a Tarzán. Mi padre era blanco independiente y quería
leer El País. También, en la tarde,
llegaba El Plata, que tenía una página entera de historietas
extraordinarias para la imaginación de un niño: El Fantasma, Rip Kirby, Lorenzo
y Pepita. El olor del papel de ese diario es inolvidable.
De mañana temprano mis padres leían los
titulares de los diarios en la cama y yo me metía despacito entre los dos y
ellos hacían como que no se daban cuenta. Había días en que las noticias de
la guerra eran más graves que
otras y las comentaban en voz baja para no preocuparme. Mi padre leía también
un periódico en inglés, con fotos de la guerra y propaganda aliada. Mi hermano y yo jugábamos con unos
avioncitos de plomo: el Spitfire, el Mustang y los cazas japoneses Zero. Ya no
aparecen en la feria de Tristán Narvaja.
Mi
padre era uruguayo pero de origen noruego, hablaba inglés y trabajaba en el
Hospital Británico. Se interesaba
vivamente por la suerte de los soldados anglosajones. Le contaba a mi madre que
algunas nurses británicas que trabajaban en el hospital y que habían sufrido
los bombardeos de Londres, se escondían debajo de las camas cuando caían
relámpagos y truenos sobre Montevideo. Mi padre tenía sobre la mesa de luz una
radio de onda corta, y mientras hojeaba los diarios escuchaba los discursos de
Winston Churchill.
Mi madre, de origen vasco-francés, se
interesaba más por la suerte de los soldados franceses, las peripecias de la
Resistencia y las arengas de un soldado
alto que aparecía en las fotos de los diarios, que después supe era De
Gaulle. También años más tarde
mis tías me contaron que el día de la Liberación de París mi madre
nos sacó de la escuela a mi
hermano y a mí y nos llevó a la avenida 18 de Julio a festejar y cantar la
Marsellesa, pero de eso no me acuerdo.
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