miércoles, 2 de agosto de 2017

ARISMENDI Y EL TREN

Cuando yo era joven y estudiaba arquitectura a principios de la década del sesenta, mi amigo Silvita me llevó un par de veces a pequeñas reuniones familiares con Rodney Arismendi, secretario general del Partido Comunista. Recuerdo en esas reuniones algunos camaradas muy preparados e inteligentes (Braselli, Gutiérrez, Capelán, Massera, etc)
Él nos explicaba que la historia era como un tren que marchaba hacia adelante, impulsado por leyes inexorables,  propias del determinismo histórico y el materialismo dialéctico. Nuestro papel como militantes era solamente oficiar de parteros para ayudar al alumbramiento de una nueva sociedad, más igualitaria y más justa: la sociedad comunista. La locomotora era el Partido, conduciendo, y detrás venían los vagones, la clase obrera organizada, el pueblo. Más atrás  la clase media, siempre vacilante, nos acompañaría hasta cierto punto y después quizás se desengancharía.  
Aquel paradigma de la historia, visto por Arismendi como un tren, era propia del mecanicismo del siglo XIX y la física de Newton, pero a mediados del siglo XX todavía tenía un inmenso atractivo: sabíamos que la burguesía iba a caer como la famosa manzana, en el regazo de la clase obrera, y esa certeza era lo que nos daba fuerzas para la militancia.
A la salida de esas reuniones nos íbamos a un café a conversar del asunto con otra gente.  Mario Wschebor, por ejemplo, uno de los tipos más inteligentes que conocí en esa época, decía  que si la dialéctica era el mecanismo que gobierna la historia, y un régimen va volteando al anterior para dar nacimiento a otro, y así sucesivamente, por qué cuando llega el comunismo la dialéctica se detiene. Dejate de joder y afíliate de una vez, me decía Silvita, acompañame a los barrios para ver qué precisa esa gente y se te va tanta pavada. Nunca logró que me afiliara al Partido, pobre Silvita.


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