Mi amigo Juan Silva, alias Silvita, bajito, rubio y de pelo
enrulado, un poco más joven que yo, tiene una hija que se recibió de médica, y
el 31 de julio vino a festejar al Mercado del Puerto, sobre la Peatonal Pérez
Castellano, junto a cien o doscientos colegas nuevos. Hace varios años que
vienen, sobre el mediodía, y están muy organizados. Permiso de la Intendencia,
parlantes gigantescos que emiten música a todo lo que da, vendedores ambulantes
con infinita cerveza y sidra barata, ropa adecuada y abundante provisión de
harina. El festejo consiste en emborracharse un poco, bailar, tirarse sidra y
harina unos a otros, abrazarse
efusivamente y sacarse selfies para conmemorar el fin de doce años de estudios.
Hoy son las siete de la tarde y el DJ y los más entusiastas siguen con el
bochinche, así que los esforzados obreros anaranjados que mandó el Intendente
no pueden limpiar las veredas del Mercado (donde está el venerable bebedero de
hierro fundido). Yo le digo a mi amigo Silvita que por qué no festejan en el
patio de la Facultad de Medicina o en la Plaza 1º de Mayo que les queda a una
cuadra. Qué necesidad de enchastrar el Patrimonio de la Humanidad. Silvita me
dice que soy un viejo amargado porque no aguanto un día de algarabía juvenil. Pero
en estas fiestas y las de fin de año hay una
cuota oculta de discriminación y desprecio contra el barrio, desde la
época en que esto era “el Bajo”, lleno de piringundines, prostitución y drogas.
Somos tan pocos habitantes y tan pobres que los organismos públicos no nos cuidan.
La seguridad mejoró muchísimo con las cámaras: si no hay más arrebatos y
rapiñas es porque los Cruceros amenazaron con no atracar más en Montevideo y
Bonomi se puso las pilas. Pero los
supermercados traen frutas y verduras de segunda o mercaderías vencidas. Las
compañías de cable no tienden redes hasta aquí por falta de clientes. Los
inversores extranjeros se aburrieron en espera de algo, y pusieron decenas de locales y
casas en venta o renta. En este contexto, es comprensible que los flamantes médicos
carezcan de sensibilidad social o ni se den cuenta que están manifestando un
desprecio clasista por la Ciudad Vieja. Todo esto le dije hoy a Silvita y me colgó el teléfono. Pobre: con lo que le
costó que la nena se recibiera.
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