Mi amigo Juan Silva, rubio, bajito y de pelo crespo, se casó
con una antigua compañera de facultad algo menor que él. Como él tiene más de
75, ella lo calificó como población de
riesgo y a partir del 15 de marzo no lo dejó más salir a la calle, pagar
las cuentas, sacar la basura, ir a la feria y demás tareas propias del género
masculino, jaja. Además de apoderarse
del dinero y las tarjetas de débito, la pandemia le exacerbó a ella una antigua
obsesión compulsiva por la limpieza, y todos
los días vuelve del súper con variedad de desinfectantes y detergentes que
esparce por toda la casa con fruición, limpia la puerta de calle, la ropa, los
paquetes, la suela de los zapatos del azorado delivery que les trae el pedido, y
persigue a Silvita por toda la casa echándole alcohol con un pomo enorme como del
carnaval de los años cincuenta. Para peor, desde que asistió como oyente a
clases de perspectiva de género en
Humanidades y se junta con las mujeres de la movida feminista, dejó de ser la
señora modosa y complaciente que lo sedujo en los setenta, empezó a ir con un
tambor a las marchas del 8M y espetarle a Silvita largos sermones sobre cómo
deconstruir cuatro mil años de patriarcado y violencia machista, y ahora con la
pandemia y el encierro obligatorio ella
tomó el poder total de la casa y lo mandonea todo el tiempo y lo reta
por tirar migas al piso, colgar mal la toalla y esas boludeces, justo cuando
Silvita está mirando el noti con el parte diario de muertos y contagiados. Le
dice a su esposa: “cómo pretendés que en cuarenta días deconstruya lo que nos
llevó cuarenta siglos edificar?” Desesperado, algunas noches se desahoga
conmigo por el teléfono fijo, me dice
que el virus además de estar diseñado para castigar al capitalismo por sus
excesos, además de meterse en los pulmones de la gente para vengar al planeta asfixiado,
además de facilitar el control totalitario de la humanidad por el zoom y los celulares,
produjo una nueva generación de mujeres, que solitas sin el pit ceneté ni nada tomarán
el poder y construirán un mundo feliz, una nueva utopía, la nueva normalidad. Cuando lo veo así, para
calmarlo un poco le digo que mientras no vuelva el fútbol a la tele se viche
una serie de Netflix o agarre el libro del Crandon y cocine algo rico, que cocinar
es terapéutico, pobre Silvita.
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