Este texto no es mío, lo transcribo porque me siento totalmente identificado con Mauricio Rojas, en diálogo con El Observador.
DIALOGO DE CONVERSOS, libro de Mauricio Rojas con Roberto Ampuero. Editorial Sudamericana, 2015.
DIALOGO DE CONVERSOS, libro de Mauricio Rojas con Roberto Ampuero. Editorial Sudamericana, 2015.
Mientras el liberalismo no
tenga agenda social, va a seguir perdiendo" Por Federico Comesaña EL OBSERVADOR noviembre 2016arreño
Vendido, canalla, traidor. En definitiva, un converso.
A Mauricio Rojas le persigue el
karma de lo que fue y dejó de ser. En la década de 1960 el chileno militó en el
MIR, un movimiento guerrillero al otro lado de los Andes que compartía los
mismos fines y los mismos medios que los tupamaros en Uruguay. Pasó de
prepararse militarmente para la revolución a convertirse en un referente del
liberalismo para la derecha chilena y para la región. La historia de Rojas,
plasmada en su último libro, Diálogo de conversos –escrito junto al novelista
Roberto Ampuero–, es la historia de todo aquel que un día dejó de creer y tuvo
el coraje de dar vuelta la página.
En el marco de su pasaje por la Feria del Libro de San
José, el historiador económico recibió a El Observador y reflexionó sobre su
giro ideológico, sobre su concepción del liberalismo y los problemas que tiene
esta doctrina para constituirse como alternativa a los partidos de izquierda en
Latinoamérica.
Según dijo, mientras no logre construir "una
fuerte agenda social de igualdad básica de oportunidades", la derecha en
la región no tendrá "capacidad de gobernar".
Usted formó parte de una célula mirista en Chile en la
década de 1960 y hoy es un ideólogo del liberalismo. ¿Dónde estuvo el quiebre?
Yo no tuve la suerte de San Pablo. A mí no me cayó un
rayo, ni tuve una revelación. Analizando, estudiando, tratando de entender qué
pasó conmigo, con mi madre, comprendí que habíamos creído en una verdadera
religión atea que plantea exactamente lo mismo que el cristianismo, pero
terrenalizándolo. Yo creía que la versión marxista de la historia era
científica, pero un día descubrí que el comunismo primitivo era el Jardín del
Edén, las sociedades de clase son el Valle de Lágrimas y el comunismo venidero es el Paraíso futuro. No
solo hay una construcción, que es una copia atea de la religión, sino una
expectativa mesiánica propia de la religión. El hombre nuevo es la idea del
Paraíso en la Tierra. Y eso es, por supuesto, para un joven latinoamericano,
muy influenciado por la revolución cubana, una cosa tremendamente atractiva. La
idea de que tú puedes cambiar el mundo, la historia, para siempre. Eso es lo
que te lleva un día a convertirte en un criminal político.
En su libro, usted habla del marxismo como "una
idea genocida".
Porque el fin es tan grande, lo que puedes lograr es
tan maravilloso. Qué importa que mueran 10, 20, 1000, que tú mueras, que tu
amigo muera. Qué importa mentir. Son pequeños detalles cuando está en juego el
destino de la humanidad. Esa es la condición psicológica en la que te
transporta este tipo de ideologías. Puede ser el nazismo, puede ser el
marxismo, donde tú te sientes el liberador, el portador de algo superior. La
idea del hombre nuevo es una idea genocida porque al lado de ese ideal ni tú ni
yo somos nada, somos defectuosos, estamos listos para ser disciplinados o
incluso aniquilados si somos demasiado defectuosos, somos muy burgueses o muy
judíos. Las revoluciones empiezan prometiendo el cielo en la tierra y terminan
generando infiernos.
"Una voluntad desmedida por hacer el bien"
que "lleva al mal absoluto", escribió.
Esa es la tragedia del marxismo. No es que los malos
se juntaron para hacer el mal. Esa es la explicación que dan algunos en la
derecha que no entienden nada. Al contrario, los buenos, tremendamente imbuidos
de esta idea del bien definitivo y superior, terminan haciendo el mal. Hacen el
mal con buena conciencia. Matan creyendo que están librando a la humanidad.
Sacrifican la verdad porque creen que están haciendo un bien mayor. Esas fueron
las cosas que yo pensé durante largo tiempo: ¿por qué mis ideas siempre
conducen a dictaduras terribles? ¿Cómo gente como Lenin o Stalin o Mao, que
eran como yo cuando jóvenes, llegan a ser verdugos, tiranos? Y después iba yo
camino a ser tirano. Y mi madre, la persona más admirable que conocí, iba
también en ese camino.
"Muchos no tienen idea de lo difícil y doloroso
que es romper con un dogma", dice usted en el libro. ¿Cuál fue el costo
que usted pagó?
Mi proceso fue muy largo, porque es mucho más que una
ruptura ideológica o intelectual. Es una ruptura con seres queridos. El costo
es alejarte definitivamente de gente que tú respetas, para los cuales tú eres
un traidor, que les causas dolor. Cuando dices que tu creencia lleva al genocidio,
estás diciendo una cosa muy fuerte. No es decir que estás más o menos
equivocado. Con mi madre tuve un enfrentamiento muy duro. Ella estuvo en la
cárcel de Pinochet y un día, su hijo único de madre soltera, le dice:
"Mira, eso que hemos creído, por lo que tú estuviste en la cárcel y
nuestros amigos han muerto, es una ideología perversa". Esa parte es la
que yo llevo como una duda. ¿Se puede ser tan despiadado con seres que tú
quieres tanto? ¿Debería haberle dicho todo eso a mi madre? Porque tú sabes que
le vas a causar un dolor inmenso. Descalificas la vida de una persona, por más
buenas razones que tengas.
¿Qué implica para usted ser un liberal?
Yo me identifico con un liberalismo integral que no
prioriza la cuestión económica. Llego al liberalismo huyendo del totalitarismo
–en este caso, del marxismo–. Un liberalismo en un sentido muy clásico, como la
defensa de la dignidad del ser humano frente a estas ideologías colectivas,
como el nacionalismo, el comunismo, el fascismo, que arrasan al ser humano. El
origen de la palabra liberal es español y significaba originalmente
generosidad. El talante abierto, respeto por el otro, cultura democrática, esa
es la esencia del liberalismo. Por eso a mí me choca mucho aquel tipo de
liberales que hubo en América Latina, que parecían muy
contentos con que la economía se liberalizara y miraban para otro lado cuando
se trataba de políticas de derechos humanos. Eso le hizo un mal terrible al
liberalismo. En muchos países, decir que uno es liberal es prácticamente
estigmatizarse.
¿Por qué se identifica al liberal con el conservador?
Hay una mezcla, en muchas partes, de conservadurismo
en las cuestiones de vida y liberalismo económico. Esa mezcla es muy lejana, es
antagónica a mi forma de ser liberal, que primero contempla la libertad en los
distintos planos, especialmente en las elecciones de vida. Y en la parte
económica, el mercado como instrumento de algo, no como un fin, que es en lo
que algunos parecen creer. Un liberalismo, además, que le concede al estado una
función importante, que busca compatibilizar estado, mercado y sociedad civil
en vez de antagonizar. Yo no soy un liberal antiestado, si bien el estatismo no
me gusta en absoluto. La única idea no puede ser reducir los impuestos a cero y
sacar al Estado excepto la policía, los soldados y los jueces. Esa es una
visión muy chata del liberalismo que por ahí anda, circulando también.
¿Por qué ha sido tan difícil en la región generar una
propuesta liberal en ese sentido que usted defiende? ¿Por qué la agenda liberal
se ha atado a la conservadora y ha sido la izquierda la única portadora de la
agenda de nuevos derechos?
El liberalismo latinoamericano ha partido de un punto de vista muy
conservador. Ha tenido una gran incapacidad de dar una respuesta a los
problemas sociales. La agenda social del liberalismo ha sido relativamente
débil y, a veces, casi inexistente. Ahí está uno de los grandes deberes del
liberalismo a futuro: tener una fuerte agenda social de igualdad básica de
oportunidades. Eso como definición ética. La idea del liberalismo es darle la
mayor libertad posible a la mayor cantidad de personas. Parte del colectivo, no
de mi libertad. Hay liberales que piensan que la libertad es "no me toquen
y no toquen mi propiedad". Para mí, el problema es cuando hay seres
humanos en la sociedad que no pueden ejercer la libertad porque les faltan
recursos. La libertad de leer requiere saber leer. La libertad de trabajo
requiere tener medios, una capacitación, un medio de transporte. Todo eso que
limita la libertad real debe ser tarea del liberalismo si quiere ser
políticamente significativo. Y esa tarea está por delante.
De hecho, es una de las críticas más fuertes que se le
hace al liberalismo económico: cómo se para frente a la pobreza y la
desigualdad.
Sí, de ser egoísta e indiferente y no preocuparse de
esas cosas. Yo creo que es una buena crítica porque apunta a un lado flaco.
En el espectro político uruguayo no hay liberales que
se reconozcan como tales. Fuera del Frente Amplio y los partidos minoritarios,
que acaparan la izquierda, prima el discurso de "no me gustan las
etiquetas", o "menos ideología y más gestión". ¿Cómo evalúa esta
realidad?
También sucedió en Chile, donde se elaboró un concepto
que se llama "cosismo" y que es dedicarse a las cosas concretas. La
centroderecha chilena durante mucho tiempo dijo: "Mientras que todos
acepten la economía de mercado y la democracia, no hablemos de ideología".
Luego eso se pagó muy caro porque si tú abandonas el terreno de las ideas,
alguien lo va a ocupar. La gente se preocupa de las cosas muy concretas, pero
también de las cosas más grandes. Si tú abandonas eso, le entregas el terreno a
otros. Esta forma de "no ser ideológico", de no tener ideas o
principios claros, ha sido una defensa de un cierto liberalismo frente al
embate de la izquierda. No han sido capaces de enfrentarse en el nivel de las
ideas y se han refugiado en "la cosa para la gestión". En Chile, se
dio tremendamente durante 25 años, pero finalmente se muestra que la gestión es
algo insuficiente porque estás hablando de seres humanos que quieren darle un
cierto sentido a lo que se está haciendo. Ahí la izquierda ha tenido siempre
una gran ventaja.
Usted es muy crítico con los movimientos de izquierda
de los años de 1960 y dice que propiciaron algunas de las condiciones que
allanaron el camino a los regímenes totalitarios. Parándose en la Latinoamérica
de hoy, hay quienes explican el surgimiento de figuras como la de Hugo Chávez
en Venezuela como el resultado de políticas que fomentaron la desigualdad y el
descontento, el caldo de cultivo para los populismos. ¿Qué responsabilidad
tienen los líderes y movimientos previos a Chávez o al kirchnerismo?
Grandísima responsabilidad. Chávez no cae del cielo.
En Venezuela hubo un largo período de corrupción creciente de la clase
política. El populismo surge de un descrédito de la clase política en su
conjunto. Aparece un líder que se define como antipolítico, define a toda la
clase política como una casta, pero ese discurso tiene que calar en una
realidad donde la gente ve primero grandes desigualdades, una despreocupación
por la pobreza. En Venezuela había una gran riqueza y a la vez una gran
pobreza. Por eso la agenda social liberal es muy importante. Porque si no se
cambian esas condiciones, tarde o temprano aparece el vendedor de ilusiones,
sea de izquierda o de derecha.
En el libro usted habla de un "doble estándar
moral de los partidos de izquierda" al condenar a regímenes totalitarios
de derecha y no aquellos con los que comparten una base ideológica. ¿Por qué es
tan difícil para los partidos de izquierda latinoamericanos, algunos de base
profundamente democrática, tener posturas críticas hacia experiencias que sí
traspasan esos límites?
Porque ellos creen que esos movimientos
antidemocráticos buscan el mismo fin por medios que no comparten hoy en día
–por suerte, porque antes los compartían–. Tú no condenas a tu hermano de
creencia futura, que comparte tu utopía, de la misma forma en que lo haces con
el de enfrente, que no comparte la utopía, porque ese es malo. Tu hermano es un
bueno equivocado. Y eso hace que haya una especie de complicidad. Nunca hay una
denuncia clara, como con Venezuela. Se ve también con la guerrilla colombiana.
¿A qué movimiento fascista se le permitiría que se le dieran garantías del tipo
que se le quieren dar a la guerrilla colombiana?
¿Ve hoy un repliegue de la izquierda en América
Latina? ¿Hay una agenda liberal que está emergiendo?
Creo que todavía no. Veo algunos intentos que son muy
bienvenidos, como Macri o un eventual segundo gobierno de Piñera. Pero falta
mucho más desarrollo. Son buenas alternativas frente a gobiernos que han sido
muy desastrosos, como el de los Kirchner. Pero creo que falta elaborar una
agenda mucho más fuerte en lo social. Un problema hoy de América Latina es la
volatilidad. La política latinoamericana funciona en torno al mesianismo, a la
idea de que llega un ser iluminado y de nuevo inventa el mundo. En América
Latina hemos tenido 250 constituciones nuevas completas para 19 países. En EEUU
hubo una y en Inglaterra ni siquiera la hay. Hay una tradición de continuidad,
un firme tronco de desarrollo.
¿Qué siente hoy al escuchar una canción de Víctor
Jara, Violeta Parra o Silvio Rodríguez?
La escucho con mucho gusto y siento una sana envidia.
Porque ese arte, esa música, esa poesía, surge de una indignación frente a un
mundo injusto. Esa indignación me gustaría que el liberalismo la tuviera. El
liberalismo no puede ser un movimiento resignado si hay mucho que hacer. Los
liberales deberían estar sumamente indignados con el mundo que existe. El
problema es que les falta una genuina indignación. El arte crece cuando hay un
cierto dramatismo, algo que cambiar, algo grande que hacer. La trova cubana,
García Márquez, Vargas Llosa salen de un mundo que está hirviendo. Al
liberalismo le falta esa mirada al mundo para cambiarlo. La rebeldía de la que
hablaba Albert Camus. No el ser revolucionario, que es quien tiene listo un
plan para el mundo. El rebelde es quien dice no, aquí y ahora, a que un niño no
tenga comida o que traten mal a una mujer. Esa es la rebeldía que le falta al
liberalismo y mientras tanto, mientras no tenga una agenda social, va a seguir
perdiendo. Y no va a tener ni arte ni capacidad de gobernar. O va a
gobernar cuando la izquierda haga tales desastres que tenga que venir a
arreglar un poco la situación. Pero el proyecto que encanta a la gente no va a
estar presente.
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