El hincha uruguayo de fútbol, con tal de seguir creyendo en la garra charrúa, posterga su madurez emocional e intelectual indefinidamente. En cada derrota le echa las culpas a los jueces, al técnico, a la FIFA, a la pelota, y vuelve en posición fetal a enroscarse en el útero celeste hasta el mundial siguiente. Por supuesto que papá y mamá también lloran delante de los hijos por el penal cobrado o no cobrado. Las pobres criaturas copian a los padres y así hasta el fin de los tiempos. El drama que lo hizo llorar a Suárez delante de las cámaras no fue quedar afuera del mundial sino no saber explicarle al hijo el valor de la derrota como aprendizaje. Miles de niños que adoran a Suárez también lloraron en las aulas viendo los berrinches infantiles de Cavani, Giménez y otros héroes de la identidad nacional. Así también como país siempre le estamos echando la culpa a otros por nuestros fracasos: el imperialismo, el Pit Cnt, el neoliberalismo, Marx, el mate, el batllismo, el uno por ciento, cualquier otra cosa que justifique nuestra proverbial boludez.
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