Hace unos días circuló en las redes un reportaje a Slavoj
Zizek, filósofo y opinador calificado, quien entre otros temas, que picoteó con
solvencia, mencionó un fenómeno nuevo: el explosivo desarrollo capitalista
chino que funciona en el marco de un
Estado autoritario. Se suponía que el
sistema económico liberal de la propiedad privada y el mercado traería
aparejado necesariamente el fortalecimiento de la democracia liberal. Se
citaban como antecedentes los casos de Chile y Corea del Sur. Sus sistemas
económicos liberales fueron impuestos a la fuerza por dictadores, pero las exigencias del mercado liberal y sus
agentes, felizmente habrían empujado esas dos sociedades, tan diferentes entre
sí, a la democracia política, al Estado
de Derecho, la independencia de los jueces, etc. Lamentablemente no es así,
Hace 40 años que la economía china viene creciendo a un ritmo infernal y dentro
de muy poco superará a Estados Unidos, pero no da señales de democratización y
apertura. China pasó del estado feudal al comunismo de Mao, y del comunismo al capitalismo salvaje sin
pasar por la democracia liberal. Las enseñanzas de Confucio, más o menos
contemporáneo de Buda, Esquilo y Pericles, permean la cultura china hasta el día de hoy,
a pesar de los esfuerzos de Mao por erradicarlas, y en dichas doctrinas se pone
el acento en los hombres sabios, cuya misión es ocupar cargos públicos para
dirigir a la sociedad con espíritu de servicio, armonía y moderación, (el
“justo medio”). Nada indica que el puñado de hombres sabios que dirigen desde
el Comité Central del Partido Comunista Chino esté dispuesto a entregar las
riendas del poder a las mayorías, integradas según Confucio, por
“hombrecillos”.

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