La expresión “populismo” tuvo y
tiene connotaciones peyorativas desde que los partidos políticos marxistas o de
izquierda, en la primera mitad del siglo XX, calificaron así a los regímenes
que instauraban medidas populares pero sin conmover el poder de la burguesía
capitalista.
En la segunda mitad del siglo XX el
sentido peyorativo se invierte, y son los sectores privilegiados, o de la
derecha, los que califican como populistas a los movimientos o partidos políticos que impulsan medidas para
ganar apoyo mayoritario, tales como la
distribución de la riqueza mediante impuestos excesivos, aumentos de salarios sin mejoras en la
productividad, etc, pero que no consideran posibles consecuencias negativas
como inflación, aumento de la deuda externa, etc.
Las medidas
populistas pueden ser de beneficio inmediato en el corto plazo, pero generalmente
insustentables y destinadas al fracaso en el largo plazo.
En su versión democrática de acceso
al poder por elecciones, el populismo maximiza y defiende el interés de los
ciudadanos comunes a través de reformas y no por la vía revolucionaria. Por
ello el populismo de izquierda se ha manifestado con más frecuencia en las
últimas décadas, ya que a partir de 1989 la revolución comunista violenta es cada vez más improbable o difícil
de implementar.
Se podría definir como populista
toda medida que beneficia a un sector
vulnerable de la sociedad, en aparente detrimento de otro sector más
privilegiado. El populismo, al promover leyes especiales para grupos
especiales, se aleja del modelo liberal
clásico, cuya premisa principal es la de que todos nacen con las mismas oportunidades o posibilidades
de estudiar y esforzarse para triunfar en la sociedad, y por lo tanto la ley
debe ser igual para todos.
El populismo se apoya en la
convicción de que el régimen liberal ortodoxo beneficia sobre todo a las
empresas y no logra que la riqueza
generada por ellas “salpique hacia abajo” (trickle
down) en beneficio de las mayorías trabajadoras.
Mantiene el sistema capitalista pero
establece leyes especiales para que la riqueza generada por la clase
empresarial llegue a manos de sectores especialmente vulnerables mediante subsidios, transferencias, control de
precios, tarifas, controles de cambio y
otras medidas de fácil aceptación popular.
El gobierno populista a veces protege
a los empresarios que son sus amigos que colaboran con donaciones, y presiona y
extorsiona a las empresas enemigas.
El aparato burocrático distributivo del
populismo basa su poder en ayudar a los pobres, a los cuales hace dependientes,
e impone altos impuestos a los ricos para otorgar beneficios y transferencias a
los sectores marginados.
Puede arrancar con éxito expandiendo
el mercado interno, aumentando el gasto público con empleos, subvenciones,
transferencias, propaganda, gastos militares,
subsidios a empresas autogestionadas,
y aventuras en el exterior, pero suelen
terminar a mediano plazo en grandes
fracasos económicamente insostenibles.
El populismo suele llegar al poder
cuando entra en quiebra el poder ancestral de los ricos basado en las tradiciones, la
represión, el respeto, la religión o la
colonización, y los partidos políticos del establishment entran en crisis o el descrédito generalizado.
La publicidad de los medios de
comunicación hace que los pobres crean que pueden cambiar su situación y
acceder rápidamente a los infinitos
bienes que produce la sociedad de consumo, pero como no saben hacerlo,
se produciría un estado que las clases dominantes califican de “resentimiento”.
El populismo basa su discurso en la
dicotomía entre ricos y pobres, y alimenta
ese resentimiento predicando que la situación de los pobres es culpa de los
privilegiados.
El populismo prioriza la relación
con los sindicatos en detrimento de las relaciones con los gremios
empresariales. Establece relaciones
preferentes con ciertos grupos sociales para beneficiarlos especialmente, en perjuicio
de otros más privilegiados. El populismo
se autodefine como más democrático porque su objetivo es la igualdad social, el
favorecimiento de los más débiles. En
nombre de ese fin superior, no es del agrado del populismo que su mandato termine
en fecha fija. Sus líderes suelen mantenerse mucho tiempo en el poder invocando
la voluntad popular y relativizando el
respeto a las leyes electorales y
constitucionales.
Tampoco es de su agrado la división del gobierno en
tres poderes, ni el equilibrio y control mutuo de intereses diversos de la
democracia formal. No es de su agrado la existencia de una oposición crítica a
través de la libertad de prensa, y ejerce fuertes presiones sobre un poder
judicial independiente. Tiende a formar un Movimiento por encima de los
partidos y ejercer el control sobre el Parlamento. Fomenta la figura de un líder paternalista,
protector o salvador, y la consiguiente dependencia emocional de sus protegidos.
El líder tiende una línea de
comunicación directa con el pueblo,
desconfía de intermediarios y acude con frecuencia a votaciones de
democracia directa: referendums, plebiscitos y asambleas multitudinarias. No se
interesa demasiado en mejorar la educación de las mayorías dependientes, y desprecia
las opiniones técnicas, jurídicas y académicas.
Construye leyes improvisadas y tomadas
a la ligera. Practica la demagogia al prometer acciones imposibles de cumplir.
Termina acumulando poder como un fin en sí mismo, que reparte
entre sus militantes de confianza. La
cantidad de leyes, reglamentos y controles que instaura culmina en corrupción, amiguismo y fracaso de las
políticas que lo llevaron al poder.
Fuentes: Jorge
Lanzaro. José Manuel Quijano, Andre Munro, José Alvarez Junco, F. Hernández, Carlos Domingo,
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