martes, 28 de marzo de 2017
LOS RAVIOLES
Entre 1961 y 1964 mi amigo Juan Silva, (alias Silvita) y yo, éramos militantes del Centro de Estudiantes de Arquitectura, el CEDA. Por diversos motivos, a menudo íbamos a la calle y pegábamos afiches caseros con consignas varias y la sigla del CEDA, como si fuéramos el centro del mundo y a la gente le importara o supiera el significado de esas cuatro letras, para nosotros sagradas.
En esos años se realizaron las primeras marchas cañeras. Los famosos “peludos”, trabajadores de la caña de azúcar del Depto. de Artigas, organizados por Raúl Sendic (padre), bajaban a Montevideo a pie, a caballo o en carros, con mujeres e hijos, a reclamar tierras para trabajar y otras reivindicaciones elementales.
Un día se nos ocurrió invitar a los cañeros a la Facultad a pasar el día y hacer un acto solidario de obreros y estudiantes. Con sus familias sumaban como doscientos así que conseguimos dos ollas enormes prestadas por el ejército y compramos como veinte quilos de ravioles con tuco. Líber Arce y yo fuimos designados como cocineros y nos turnábamos para vigilar que no se pasaran, pero Silvita se quedó charlando con los cañeros en el bello jardín de Facultad. El aspecto de los cañeros era extraordinario. Parecían soldados de Artigas del Éxodo de 1811. Recuerdo a uno de los dirigentes, de apellido Dutra, alto, erguido, inteligentísimo, gran orador y con la prestancia de Don Segundo Sombra. Silvita estaba muy emocionado compartiendo con esos héroes los ravioles en platos de cartón. Él fue siempre muy idealista y sentimental, así que se resintió bastante cuando a los pocos meses, Vique, Santana y Castillo, tres de los peludos presentes, asaltaron un banco y cayeron presos como tupamaros. Silvita se sintió traicionado. Decía el pobre Silvita: los recibimos en casa con ravioles y estos tipos van y asaltan un banco. Para peor, las fotos en blanco y negro que nos sacamos ese día histórico las tuvimos que quemar cuando empezaron los allanamientos. El ejército nunca más nos prestó las ollas.