Pocos días después de las elecciones internas del 30 de junio apareció en las redes un dibujo del extraordinario caricaturista Arotxa, de un talento sólo comparable al del famoso dibujante Hermenegildo Sabat que brilló y murió en la Argentina. En el dibujo de Arotxa se ve una mujer de piernas gorditas semidesnudas, de taco alto y lencería como de una prostituta, que se lleva en una mano una urna de votación y al hombro de la otra se lleva el Palacio Legislativo. No se le ve la cara ni el resto del cuerpo, pero varios cientos de seguidores de Arotxa festejan la caricatura con corazoncitos y deditos para arriba. Entre ellos aparece Jaime Clara. el cultísimo periodista de Sábados Sarandí que yo escucho y admiro desde hace 30 años.
Se me cayó el alma a los pies viendo como
intelectuales que admiro, como Arotxa, Jaime Clara y otras personas educadas en el
feminismo, la democracia y el progreso, de izquierda o derecha, fueron capaces de
contribuir al bullying machista , cobarde, clasista, elitista y patriarcal, contra
una mujer común pero brillante, trabajadora y madre, de extracción humilde pero
carismática, sindicalista y renegada del comunismo, sólo porque asciende de
golpe a posiciones de poder en el Partido Blanco, un partido “liberal y conservador”, según Gerardo
Caetano.
Seguramente los ataques soeces contra Ripoll no se explican solamente por razones políticas e ideológicas, sino a razones más profundas, propias de la condición humana, de clases sociales, razas, géneros y otras identidades, mala educación, resentimientos y la violencia cobarde que se desata en el anonimato de las redes sociales.
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