lunes, 7 de septiembre de 2020

CHARRUWOOD



Hoy Silvita me llamó furioso porque a las siete de la mañana lo despertó un tipo que con un megáfono le gritaba  cosas a unos camarógrafos y a otros veinte tipos que parecían estar ahí sin hacer nada. Dice Silvita que era una de esas empresas publicitarias tontas que filman comerciales para otras empresas tontas y lo único que se les ocurre es venir a filmar delante del  Mercado del Puerto como si fuera una escenografía de Hollywood o la única en el Uruguay y no viviera allí un mundo de gente que trata de dormir en domingo un rato más.  Dice Silvita que   vienen con sus reflectores y sus estúpidos camiones, ponen una cinta amarilla y unos patovicas enormes no lo dejan pasar a su propia casa y ni siquiera lo invitan con unos sánguches que las chicas del catering  reparten entre los asistentes de producción a ojos vistas de todos los vulnerables del barrio que miran de afuera la ñata contra el vidrio, etc.  Dice Silvita que lo bueno que tenía la pandemia era que desde marzo lo dejaban tranquilo estas empresas de cine ,  siempre dirigidas por algún director  insoportablemente joven que se cree   Spilberg porque hizo un año de Comunicaciones en la UDELAR, empresas  agrandadas por un  gobierno que les da manija  diciéndoles  que son la industria sin chimeneas y el futuro del país.  Con razón los estudiantes de medicina vienen después a querer hacer sus fiestas inmundas, y lo peor es que después vienen otros emprendedores thirtysomething y ponen  unos coffee shops con unas insípidas tartas de zanahorias que llaman carrot cakes, y luego vienen otros jóvenes cancheros y de pelo largo  que ponen unos quioscos  de cerveza artesanal que andá a saber qué es  y atrás vienen pintores y saxofonistas todos tatuados  y como son la vanguardia atrás de ellos tendrían que venir los inversionistas con plata  de verdad y comprar y reciclar casas viejas tapiadas  con bloques donde viven algunos pastabaseros que saludan a Silvita y le dicen buen día vecino no le sobra alguna monedita. Entonces le dije a Silvita que si todo esto pasara la Ciudad Vieja se gentrificaría y nos subirían los alquileres y los inquilinos tendríamos que  mudarnos a Casavalle adonde Bartol va a poner la oficina del MIDES, pero los gobiernos son tan torpes que  no saben cómo estimular a los inversionistas para que levanten el barrio  y por suerte los coffee shops se van a ir con su ridícula carrot cake a otra parte y todo va a quedar como estaba antes de la pandemia, incluso hasta va a ser placentero soportar toda la noche los enormes parlantes  del Museo  del Carnaval pedófilo y todo eso. No sé si se quedó más tranquilo, pobre Silvita.



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