Hoy Silvita me llamó furioso porque a las siete de la mañana
lo despertó un tipo que con un megáfono le gritaba cosas a unos camarógrafos y a otros veinte tipos
que parecían estar ahí sin hacer nada. Dice Silvita que era una de esas
empresas publicitarias tontas que filman comerciales para otras empresas tontas
y lo único que se les ocurre es venir a filmar delante del Mercado del Puerto como si fuera una escenografía
de Hollywood o la única en el Uruguay y no viviera allí un mundo de gente que
trata de dormir en domingo un rato más. Dice
Silvita que vienen con sus reflectores
y sus estúpidos camiones, ponen una cinta amarilla y unos patovicas enormes no lo
dejan pasar a su propia casa y ni siquiera lo invitan con unos sánguches que las
chicas del catering reparten entre los
asistentes de producción a ojos vistas de todos los vulnerables del barrio que
miran de afuera la ñata contra el vidrio, etc. Dice Silvita que lo bueno que tenía la pandemia
era que desde marzo lo dejaban tranquilo estas empresas de cine , siempre dirigidas
por algún director insoportablemente
joven que se cree Spilberg porque
hizo un año de Comunicaciones en la UDELAR, empresas agrandadas por un gobierno que les da manija diciéndoles que son la industria sin chimeneas y el futuro
del país. Con razón los estudiantes de
medicina vienen después a querer hacer sus fiestas inmundas, y lo peor es que después
vienen otros emprendedores thirtysomething
y ponen unos coffee shops con unas insípidas tartas de zanahorias que llaman carrot cakes, y luego vienen otros jóvenes
cancheros y de pelo largo que ponen unos
quioscos de cerveza artesanal que andá a
saber qué es y atrás vienen pintores y
saxofonistas todos tatuados y como son la
vanguardia atrás de ellos tendrían que venir los inversionistas con plata de verdad y comprar y reciclar casas viejas
tapiadas con bloques donde viven algunos
pastabaseros que saludan a Silvita y le dicen buen día vecino no le sobra
alguna monedita. Entonces le dije a Silvita que si todo esto pasara la Ciudad
Vieja se gentrificaría y nos subirían los alquileres y los inquilinos tendríamos
que mudarnos a Casavalle adonde Bartol va
a poner la oficina del MIDES, pero los gobiernos son tan torpes que no saben cómo estimular a los inversionistas
para que levanten el barrio y por suerte
los coffee shops se van a ir con su ridícula carrot cake a otra parte y todo va
a quedar como estaba antes de la pandemia, incluso hasta va a ser placentero soportar
toda la noche los enormes parlantes del
Museo del Carnaval pedófilo y todo eso. No
sé si se quedó más tranquilo, pobre Silvita.
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