Setiembre del 2020
SILVITA Y LOS CINEASTAS
Hoy Silvita me llamó furioso porque a las siete de la mañana
lo despertó un tipo que con un megáfono le gritaba cosas a unos camarógrafos y a otros veinte
tipos que parecían estar ahí sin hacer nada. Dice Silvita que era una de esas
empresas publicitarias tontas que filman comerciales para otras empresas tontas
y lo único que se les ocurre es venir a filmar delante del Mercado del Puerto
como si fuera una escenografía de Hollywood o la única en el Uruguay y no
viviera allí un mundo de gente que trata de dormir en domingo un rato más. Dice Silvita que vienen con sus reflectores y sus estúpidos
camiones, ponen una cinta amarilla y unos patovicas enormes no lo dejan pasar a
su propia casa y ni siquiera lo invitan con unos sánguches que las chicas del
catering reparten entre los asistentes de producción a ojos vistas de todos los
vulnerables del barrio que miran de afuera la ñata contra el vidrio. Dice Silvita que lo bueno que tenía la
pandemia era que desde marzo lo dejaban tranquilo estas empresas de cine , siempre dirigidas por algún director insoportablemente joven que se cree Spilberg porque hizo un año de Comunicaciones
en la UDELAR; empresas agrandadas por
un gobierno que les da manija diciéndoles
que son la industria sin chimeneas y el futuro del país. Con razón los estudiantes de medicina vienen
después a querer hacer sus fiestas inmundas, y lo peor es que después vienen
otros emprendedores thirtysomething y ponen
unos coffee shops con unas insípidas tartas de zanahorias que llaman
carrot cakes, y luego vienen otros jóvenes cancheros y de pelo largo que ponen unos quioscos de cerveza artesanal que andá a saber qué
es y atrás vienen pintores y
saxofonistas todos tatuados y como son
la vanguardia, atrás de ellos tendrían que venir los inversionistas con plata de verdad y comprar y reciclar casas viejas
tapiadas con bloques donde viven algunos
pastabaseros, que saludan a Silvita y le dicen buen día vecino no le sobra
alguna monedita. Entonces le dije a Silvita que si todo esto pasara la Ciudad
Vieja se gentrificaría y nos subirían los alquileres y los inquilinos
tendríamos que mudarnos a Casavalle
adonde Bartold va a poner la oficina del MIDES, pero los gobiernos son tan
torpes que no saben cómo estimular a los
inversionistas para que levanten el barrio
y por suerte los coffee shops se van a ir con su ridícula carrot cake a
otra parte y todo va a quedar como estaba antes de la pandemia, incluso hasta
va a ser placentero soportar toda la noche los enormes parlantes del Museo
del Carnaval y todo eso. No sé si se quedó más tranquilo, pobre Silvita.
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