La explicación de la gravedad, la fuerza misteriosa que
atrae a los cuerpos celestes, se me presentó hace muchos años en un sueño. Casi nunca retengo
los sueños aunque me lo proponga, pero éste lo recuerdo como si hubiera
ocurrido ayer. La explicación de la gravedad que se me dio en ese sueño es tan
simple que nunca me animé a contarla, pero es ésta: La presión en el centro de
los cuerpos celestes es tan grande que todos los elementos están en estado
líquido. Todos los átomos entonces se acomodan con su eje apuntando hacia afuera.
Las partículas girando en torno a su núcleo generan un pequeño campo magnético.
La suma de millones de pequeños campos magnéticos es la fuerza de gravedad que
atrae los astros y sus planetas. Alguna vez fantaseé con contarle mi sueño a un
amigo astrónomo, o científico a secas, pero me detuvo el temor al ridículo, o
peor: la condescendencia, la palmadita paternal en el hombro. Pobre Einstein
que quemó todas sus neuronas de 160 puntos de Coeficiente Intelectual tratando
de unir la atracción de los cuerpos celestes con el magnetismo de los átomos
chiquitos y no pudo llegar a nada. Y a mí me llega la explicación de la gravedad
por la vía del sueño, sin la participación de un arcángel o virgen morena o
espíritu santo que me hubiera servido para fundar una religión o por lo menos
una secta chica para juntar plata y poder acostarme con las feligresas más
entusiastas.
Hoy que
tengo 80 años y no tengo nada que perder, lo cuento entre amigos tan viejos
como yo que comparten conmigo el humor y la sensación de la inutilidad de todo.
Bueno, de casi todo, porque desde que me fue dado ese mensaje, me he sentido
ubicado en el centro de gravedad del planeta, la gente, la religión, la
política, el arte, la filosofía, y puedo mirar en todas direcciones con la
misma objetividad y desapego que un robot diseñado por Inteligencia Artificial,
algo muy parecido a lo que le pasó a Borges y a su amigo Daneri en presencia
del Aleph. Me siento bien acompañado, y con ánimo suficiente como para decirle
a los amigos que cada quién busque su Aleph, que hay muchos.
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