La izquierda sostiene que las desigualdades no son naturales sino de orden social y cultural, y por lo tanto evitables: mediante la acción del Estado, la solidaridad, la cooperación y la participación democrática en organizaciones colectivas, se podrá conseguir una sociedad más justa bajo alguna forma de socialismo.
La derecha sostiene que las desigualdades son casi propias de la condición humana: el afán de lucro individual, la propiedad privada, el mercado, la libertad de empresa y el trabajo asalariado (los cinco pilares de la economía capitalista) producen riqueza pero también inequidades y jerarquías que son inevitables o necesarias.
La izquierda tiene un relato mucho más atractivo que la derecha, sobre todo para los jóvenes idealistas, enamorados de las ideas igualitarias. Es casi imposible que un joven adhiera a la idea de que el ser humano es egoísta, y que sólo le interesa su éxito individual o familiar como entrepreneur. A ese joven no le importa que los experimentos marxistas hayan implosionado por ineficientes y autoritarios. Prefiere volver a soñar con las utopías de Fourier, Saint Simón y Owen antes que reconocer el fracaso del marxismo (otra utopía) y el triunfo (pírrico y provisorio) del capitalismo globalizado.
Por eso en los regímenes
democráticos donde hay elecciones y se respeta el voto de la mitad más uno, la
hegemonía cultural de la izquierda es tan importante que el voto a la derecha
es un voto vergonzante que conviene disimular, escondérselo al encuestador que
llama por teléfono con ese tonito paternal de estudiante avanzado de sociología.
Más vergonzante aun si uno va a votar a Bolsonaro, alumno del golpista Trump, impresentable,
campeón de lo políticamente incorrecto, así que el encuestado le miente al encuestador. Solo en el cuarto secreto expresa
su convicción política y al otro día los periodistas especializados se
sorprenden por los resultados. No vieron en los días previos las
enormes
manifestaciones de apoyo en San Pablo y Río de Janeiro.
La otra explicación del error de las empresas encuestadoras es que son en general de izquierda y manipulan la metodología, las preguntas y respuestas con arreglo a sus convicciones para forzar el voto a ganador, pero no hay investigaciones serias en ese sentido.
No existen en el planeta sociedades de izquierda en estado puro, ni sociedades de derecha en estado puro: ni la sociedad comunista donde el gobernante gana lo mismo que un obrero calificado, como quería Marx, ni la clásica sociedad de mercado donde el Estado es sólo juez y gendarme.
De los doscientos países que hay en el mundo, casi todos viven en sociedades de economía mixta, donde un sector empresarial crea la riqueza, y un sector administrativo la reparte un poco y atenúa las inequidades.
Del punto de vista político, ciento sesenta países practican con variado éxito, alguna suerte de democracia en busca de un estado de bienestar en salud, empleo, educación, seguridad, vivienda, cuidados y nuevos derechos. De los cuarenta países restantes, unos son un desastre del punto de vista político, social y económico, otros son exitosos económicamente pero carecen de democracia, son autoritarios.
La violencia que se percibe en las elecciones democráticas de algunos países, la amenaza de desconocer los resultados, la necesidad de demoler al adversario a cualquier costo, la influencia de los grandes capitales en el financiamiento de los partidos, y las dificultades de la izquierda y la derecha para leer con claridad los caminos de la vida, pueden tentar a nuestras sociedades, en aras de la eficiencia y el orden, a copiar los modelos autoritarios del Oriente y tirar por la borda los pocos laureles conseguidos.
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